Las Familias y la Pandemia
Colectivo: Familia y democracia*
Por primera vez en la historia de la humanidad un problema
de salud pública pone en crisis a toda
la especie humana; un virus desconocido, oculto, agresivo e inesperado invade al planeta y se expande por el
contacto entre los seres humanos. Es el
Coronavirus o COVID-19. Este minúsculo ser nos mostró que las fronteras
son una construcción abstracta y las
distancias desaparecen con la simultaneidad de los medios de comunicación y del transporte; todos
estamos conectados: los países, las ciudades, las localidades; el planeta se convirtió en un
vecindario en donde unos y otros son posibles
portadores o receptores del amenazante virus. El único refugio más o
menos seguro es nuestra vivienda.
Quedarse en casa es la recomendación de las y los epidemiólogos, y la orden de las autoridades locales y
nacionales. Vivan en familia, sean familia, cumplan con los hijos e hijas, tengan paciencia, es
lo que se repite permanentemente..
El confinamiento prolongado ha producido cambios drásticos
en el trabajo, la educación, el cuidado y la recreación. Estas actividades que
desde finales del siglo XIX en Colombia,
se habían trasladado en buena medida al espacio de afuera de los
hogares, bien sea público o privado,
volvieron de un modo abrupto a ser desempeñadas dentro de las viviendas. Las familias ricas o pobres, de la
montaña o de la costa, con dos miembros o
con muchos integrantes, se han visto obligadas a redefinir sus vidas,
adecuar sus recursos, sus tiempos y
apoyos, todo ello en medio de incertidumbres, miedos, amores y conflictos. Pero si bien, la pandemia afecta
a toda la población y pone en evidencia las
inequidades en la distribución de las cargas y de los bienes económicos,
sociales y culturales, también ha hecho
visible la importancia de la familia para el apoyo afectivo de sus integrantes, para salvaguardar sus
vidas y satisfacer sus necesidades. El vivir en
una época en la que se ha desarrollado la tecnología en telecomunicaciones
nos ha permitido estar conectados con
nuestros familiares a pesar de la distancia física y, a su vez, ha facilitado que se haga visible en las
redes sociales tanto las potencialidades como
los problemas que afrontan las familias. La virtualidad ha enriquecido
la comunicación intra e interfamiliar y
le ha permitido a las familias desempeñar algunas de las nuevas funciones que se concentraron en la casa.
Quienes nos ocupamos de los temas de familia queremos llamar
la atención sobre las grandes carencias
y limitaciones que están enfrentando los grupos familiares, especialmente los
de los sectores medios y pobres, para cumplir las funciones que la sociedad les está demandando durante esta
pandemia. De igual manera, nos preocupa el
deterioro de su calidad de vida, además del costo social y emocional que
recae en sus miembros, especialmente en
las mujeres. Como colectivo pensante sobre las familias y la vida en democracia, ofrecemos en este escrito
reflexiones sobre los efectos
problemáticos del confinamiento, y hacemos un llamado al Estado y a la
sociedad para que se adelanten acciones
conducentes a superar las condiciones de desigualdad, inequidad, violencia y
sobrecarga que afrontan las familias colombianas. Efectos problemáticos de la
pandemia en las familias
1. Cambio en las organizaciones familiares y en sus relaciones.
Las cuatro paredes de las viviendas,
grandes o pequeñas están delimitando el ser, hacer, sentir y pensar de quienes
las habitan. El encierro reúne y distancia, facilita encuentros y
desencuentros; se acrecienta la sensación de extrañeza ante los seres que
anteriormente se creían entrañables, y
aquello que parecía tan familiar como los espacios y las rutinas, cambian de significado. La pandemia obligó al
encierro y ante las nuevas necesidades, algunas
familias han tenido que reagruparse; se aumentaron los grupos extensos,
compuestos por padres, madres, hijos,
hijas y abuelos, con el concebido problema de los choques intergeneracionales. Otras familias están
separadas: hijos que viven con sus madres y
que tienen dificultad de ver a sus padres, hijos y nietos que no pueden
ver a sus abuelos. Mientras unas
familias han tenido que reactivar las redes parentales para encontrar apoyo, aun violando el confinamiento, otras
optaron por regresar a las casas de los
abuelos o a los pueblos de origen. Durante este tiempo, la publicidad
comercial y gubernamental, y los
mensajes que se distribuyen en las redes reiteran el deber ser “familiar”, que apunta a la convivencia
armónica, amorosa, tranquila y cuidadosa, pero la realidad está mostrando las grietas. Los
conflictos, que son inevitables en la convivencia cotidiana, a veces se exasperan hasta llegar
a la violencia. Las autoridades competentes
nos dicen que aumentaron considerablemente las denuncias por violencia
contra los niños, niñas y las mujeres, tal
como lo muestran los siguientes datos: La Fiscalía General de la Nación señaló a mediados de abril, que
durante el período de cuarentena, decretada el 18 de marzo, esta entidad
recibió 3.069 denuncias de violencia
intrafamiliar, de las cuales 1.407 correspondieron a delitos sexuales
Ni los más altos ideales y legislaciones, han logrado
extirpar o evitar las violencias y las
perturbaciones al interior de las familias. La vida cotidiana se
trasformó, los espacios se hicieron más
estrechos y el futuro más incierto. Afloró la tristeza, la rabia, la intolerancia, la incertidumbre, la
frustración y el cansancio por la concentración de todas las actividades en el hogar.
Nos preocupa la salud física y mental de las familias. Es
urgente fortalecer los programas de
prevención y atención de la violencia intrafamiliar, con perspectiva
diferencial y seguimiento de los casos.
Las familias no tienen la capacidad física y mental para afrontar esta excesiva concentración de
actividades en lo que antes era su espacio
privado, pero también es cierto que la única solución ante la expansión
de los contagios es el aislamiento en
las viviendas. En consecuencia, es necesario desarrollar programas de solución pacífica de los conflictos que
tienen que afrontar los grupos familiares y que
se complementen con mecanismos rápidos y efectivos de contacto con las
familias para hacer un seguimiento
constante a los resultados de dichos programas, de tal manera que las prácticas de comunicación entre los
integrantes del grupo familiar se lleven a cabo
con el debido respeto a la dignidad e integridad de todos sus
integrante.
2. Nuevas condiciones laborales, desempleo, disminución de
los ingresos. Las medidas de
confinamiento preventivo han traído como resultado que algunas personas no salgan a trabajar, remuneradas unas y
otras no, o que trabajen en sus viviendas
mediante el teletrabajo, el trabajo por medios virtuales o en las
pequeñas empresas familiares. El trabajo
en casa genera problemas difíciles de afrontar en los escasos espacios con que cuentan las viviendas en la
actualidad; la carencia de lugares
adecuados, y de los medios necesarios para trabajar, sin que se perturbe
la vida familiar, es muy grande, especialmente en los grupos de menos recursos
que es la población más numerosa en el
país; son espacios reducidos, sin privacidad, sin los implementos adecuados
como computadores, sillas y mesas. A estas carencias se suman los costos
de los servicios de electricidad y de
internet o éste es de baja calidad. Además, las personas que trabajan desde sus viviendas están
sometidas a las leyes de la productividad, lo que choca con las obligaciones extras referidas
al cuidado y al trabajo doméstico, lo cual ha
generado gran carga emocional para los integrantes del grupo familiar.
El desempleo aumentó significativamente: según el DANE, para
el mes de mayo del 2020 estaba en el
21.4%. Otro indicador de las precarias condiciones de las familias es el porcentaje considerablemente alto de trabajo
informal o economía popular, que se
estima en el 48% de la población; un sector que se encuentra sin
afiliación al sistema de seguridad
social en salud y pensiones.
Al desempleo se suma la población económicamente inactiva,
en la que se encuentran las amas de
casa, estudiantes y personas de la tercera edad. Más de un millón de mujeres, especialmente madres, tuvieron que
dejar sus empleos. No solo perdieron
ingresos sino que también truncaron sus sueños de autonomía.
Ante este panorama, ¿cómo están cubriendo las familias sus necesidades
de alimento, salud, pago de arriendo y de servicios públicos, conexión a
internet? El Estado ha establecido
medidas como entrega de mercados, préstamos y subsidios. Pero las coberturas son parciales y las ayudas no son
oportunas. Un estudio de la Universidad
Javeriana señala que el Estado ha invertido en el Fondo de Mitigación de
Emergencias, el 2.4% del PIB, lo cual ha
sido insuficiente para que las familias urbanas y rurales, de estratos medios y bajos, logren tener una
vida digna durante este tiempo de cuarentena.
Se está invirtiendo dinero, pero los problemas están a la
orden del día, la gente sigue sumergida
en el dilema entre morir de hambre o salir a trabajar y exponerse a morir por el virus porque no tiene como acudir al
sistema de salud. Es urgente revisar el
SISBEN para incorporar a quienes han salido de la cadena laboral y, por
consiguiente, pierden su afiliación a la seguridad social; en esta situación de
pandemia nadie debe quedarse por fuera
del sistema de salud. El trabajo informal debe ser formalizado y quienes quedan cesantes no deben ser
desvinculados de las EPS. Toda la fuerza de
trabajo, inclusive el trabajo de la casa debe recibir al menos los
beneficios de la salud y los riesgos
profesionales. Estas razones, nos permiten sumarnos a las voces que proponen la aprobación de la renta básica, la
cual permitirá manejar esta emergencia
con mayor facilidad y eficacia porque con ella, las familias en
situación de pobreza reciben una mesada
mensual que reemplaza, si no totalmente, por lo menos parte de los ingresos que dejaron de percibir por cuenta
de la pandemia. El fondo de Mitigación de
emergencias puede perfectamente cubrir esta modalidad de renta básica y
ésta se debe extender a los hogares
monoparentales.
3. La educación en casa. Otra invasión a los espacios de la
familia, originada por la cuarentena, es
la educación. Como los primeros confinados fueron los niños y niñas, las instituciones educativas, públicas y
privadas, se quedaron vacías y la formación de la población en edad escolar volvió al hogar. Se
“institucionalizó” el estudio virtual, con la
consecuente duplicación de las tareas instaladas en el único espacio
familiar y de manera simultánea en los
tiempos propios para el cuidado y la gestión de la casa y ahora también en los tiempos para el trabajo y la
educación de los hijos e hijas. Los integrantes de las familias económicamente
activos están viviendo una simultaneidad oprimente en el cumplimiento de sus obligaciones, que se
traduce en cansancio e impotencia para ser
al mismo tiempo cuidadores, gestores del hogar, trabajadores y
educadores. Son las mujeres quienes
resultan más afectadas por esta acumulación, porque el modelo patriarcal de roles poco se ha modificado en
la vida de las familias. La imposibilidad de
insertarse a las nuevas prácticas educativas pone en evidencia las
desigualdades y la pobreza de buena
parte de las familias colombianas que no cuentan con los equipos requeridos ni el acceso a internet. Se está
consolidando un modelo que nuevamente
tiene como pilar único la familia en un país donde apenas el 42% de los
hogares cuentan con internet y donde los
padres y madres, que antes cumplían largas jornadas de trabajo fuera de las viviendas, apenas saben
comunicarse por Whatsapp.
La educación en casa es fuente de problemas de difícil
solución: ¿Cómo servir de apoyo para el
aprendizaje virtual de la lectura y escritura de los niños y niñas menores de
8 años? ¿Cómo ahorrar para un computador
de $800.000, cuando la familia se mantiene
con dos salarios mínimos que apenas suman $1.600.000? Algunas familias
pueden tener equipos pero, ¿estos son
suficientes para atender las necesidades de estudio de hijos e hijas y que también deben ser utilizados por
quienes que trabajan? La distribución del
tiempo consagrado al trabajo y el tiempo para la educación es otro
problema que se tiene que racionalizar.
La situación se complica con la primera infancia pues los padres tienen que convertirse en tutores educativos
con las tareas complejas que conlleva el
aprestamiento para la escolaridad sin contar con la preparación adecuada
para tal fin. Algunos padres y madres
han logrado adaptarse y buscar apoyos, pero esta nueva situación ha significado, para la mayoría un
aumento del estrés bien sea porque
perciben sus carencias y su incapacidad para cumplir con las nuevas
tareas, o bien por la sobrecarga de
actividades que tienen que llevar a cabo en el día y buena parte de la noche. Si continúa la necesidad del
confinamiento es necesario que el gobierno asuma como prioridad la ampliación de la
conectividad a internet para todo el territorio
nacional porque ningún niño, niña o adolescente puede suspender sus
estudios por carencia de tecnología o
porque sus padres o madres no pueden asumir la función de los profesores.
4. La recreación, la socialización y el esparcimiento se
redujeron al espacio del hogar. Antes de
la pandemia, los niños, niñas y jóvenes practicaban deportes y actividades lúdicas y culturales en los
establecimientos educativos, en lugares públicos y privados dispuestos para la recreación, la
cultura y el deporte, y hasta en las calles; con el confinamiento están obligados a permanecer
en el entorno vital que hoy se reduce a
la vivienda. Son pocas las viviendas que tienen espacios acondicionados para
la recreación. Las familias numerosas
generalmente viven en espacios reducidos, y en lo último en que piensan es en adecuar espacios
para juegos y diversión de niñas, niñas y
adultos. Con el confinamiento no tienen posibilidades de aislarse, así
sea por momentos, de las tensiones que genera la convivencia cotidiana entre
parejas y con las demás personas que
comparten el hogar.
Los grupos familiares de tres, cuatro o más miembros, que
viven en apartamentos de 60 o 70 metros
cuadrados –la media para estratos tres y cuatro– y aún con menos área, se vieron abocados de un día para otro, a
enfrentar el hecho de no tener el espacio vital
para que cada uno de sus integrantes pueda satisfacer sus necesidades de
descanso y recreación, a la vez que el trabajo, el estudio, y las actividades
domésticas. De modo que mientras unos
reclaman silencio y concentración, otros están en momentos de hilaridad. Tensiones y conflictos, a veces violentos, y
búsqueda de acuerdos o distanciamientos son
situaciones cotidianas en las familias durante este período de
confinamiento. En este período de
cuarentena es cuando las familias más resienten las carencias de espacio para atender todas las funciones que deben
asumir y la recreación es la gran sacrificada.
El Estado tiene que modificar las políticas de vivienda social para que
las familias tengan espacios adecuados
para el desarrollo de todas sus funciones incluyendo la recreación. Los constructores también tienen
que hacer este esfuerzo junto con el
Estado.
5. La reproducción y el cuidado de la vida. En las
sociedades contemporáneas las funciones
de la familia son, además del sostenimiento, la reproducción y el cuidado
de los integrantes de grupo; funciones
que el modelo patriarcal les asignó prioritariamente a las mujeres y por ello quedaron confinadas
al interior de las viviendas. Ellas
desempeñan tareas (cocinar, hacer aseo, ordenar, planificar y mercar)
que al estar en el mundo doméstico, son
invisibles para el sistema: no son reconocidas como trabajo y no tienen remuneración. También el cuidado es
invisible, y por ello tampoco es reconocido
ni remunerado. Debido a esta situación de invisibilidad, el Estado y los
sectores productivos no tuvieron en
cuenta que tenían que acompañar a las familias en la adecuación de sus espacios, sus tiempos y su
disponibilidad para asumir las nuevas
realidades.
Un estudio realizado antes de la pandemia señala que las
actividades del hogar enfocadas al
suministro de alimentos, cuidado físico de personas, cuidado pasivo —estar pendiente— y tareas de limpieza y
mantenimiento se concentran en las mujeres; este estudio pone en evidencia las inequidades que
aún existen en este campo entre los
sexos. Las brechas más amplias son: la preparación y suministro de
alimentos 74,4 %, y la limpieza del
hogar el 69,9 % (DANE, 2016). Antes de la pandemia, las mujeres destinaban en promedio siete horas y catorce
minutos en labores domésticas, mientras
los hombres dedicaban, en promedio tres horas y veinticinco minutos (ONU
Mujeres, 2018). Son algunos datos que hacen pensar en las dificultades que
están enfrentando las familias y
especialmente las mujeres, durante estas cuarentenas.
En estos meses de confinamiento se ha hecho más visible la
importancia y el tiempo que representan
la reproducción de la vida y el cuidado para la supervivencia de la humanidad. Antes de la pandemia la familia
compartía la atención de la infancia, porque
podía contar con otros recursos como los brindados por el mercado -el
pago empleadas domésticas, de jardines
de infantes y/o clases extras- y por el Estado como los jardines y hogares comunitarios. Se contaba, además, con
las redes familiares y comunitarias. Con
el confinamiento todo se concentró en las viviendas. Ante esta situación
podemos identificar dos escenarios: el
más preocupante es el cansancio de las mujeres que cargan con la triple jornada de trabajo y los
conflictos con los varones debidos a los reclamos para que haya una distribución equitativa de
las labores domésticas y del cuidado; está
también el escenario esperanzador que se produce cuando los diferentes
miembros del grupo familiar llegan a
acuerdos sobre la distribución de tareas y responsabilidades de una manera equitativa, según edad y género.
Estas desigualdades al interior del hogar tienen que
desaparecer. La feminización de cuidado
y de la gestión del hogar tiene que dar paso a la responsabilidad
compartida entre hombres y mujeres y
entre todas las edades. En la crisis actual se requiere más apoyo del Estado y del sector económico para
facilitar la interrelación equitativa entre la
reproducción y cuidado de la vida, la producción de los bines y la
distribución de los beneficios. Este es
el principio de corresponsabilidad que también contempla la Constitución Política especialmente en la
garantía de los derechos de la infancia y de las personas mayores.
Las Acciones que se imponen
¿Debemos o tenemos que actuar? Las acciones para orientar a
las familias no son un deber son una
obligación por mandato constitucional y legal. Creemos que el virus llegó para quedarse, no es una crisis transitoria,
en consecuencia, es urgente que las familias
reciban no solamente subsidios de mercado sino orientaciones básicas
para cumplir con estos nuevos retos. Nuestro
llamado es al gobierno y a las empresas para que atiendan las necesidades que se desprenden de esta
nueva concentración de actividades que
tienen las familias con acciones tales como:
- Llevar a cabo programas de orientación a las familias para el reconocimiento y respeto a la dignidad y la integridad de todos sus integrantes y la solución pacífica de los conflictos intrafamiliares.
- Hacer el seguimiento constante a los resultados de dichos programas para establecer su asertividad.
- Todas las personas que salieron de la cadena laboral deben seguir recibiendo los beneficios de la seguridad social.
- Formalizar el trabajo informal e incorporar al SISBEN a todas las personas que derivan sus ingresos de esta manera.
- El Estado debe instaurar la renta básica para todas las familias que derivan sus ingresos del trabajo informal y de las personas que los perdieron por finalización de sus contratos de trabajo.
- Ampliación de la conectividad a internet para todo el territorio nacional y asesoría a los padres para asumir la tarea de pedagogos en el hogar.
- Apoyo del Estado y de las empresas a los tiempos de recreación de las familias. Apoyo del Estado y de las empresas a la gestión de lo doméstico y al cuidado de las personas que lo necesitan.
Pero también en la perspectiva de la sociedad civil es
preciso hacer una reflexión que tiene
como punto de partida el dilema entre democracia o autocracia en las
familias. ¿Cómo analizar este dilema
desde el paradigma de los derechos humanos de las personas y de las familias? Podemos plantear
el dilema de otra manera: desde la
profundidad de nuestra intimidad los seres humanos nos confrontamos como
personas democráticas o como personajes
autoritarios heredados de la tradición. ¿Podemos regular nuestros intereses personales para
compartir los espacios y tiempos atendiendo
a las necesidades de todos los integrantes del grupo familiar? O, ¿se
impone el egoísmo ciego como factor
dominante en el grupo? Cambiar el egoísmo irrespetuoso por el egoísmo solidario es la clave para la
supervivencia frente al virus que nos agobia. El egoísmo solidario es aquel que promueve el
autocuidado para cuidar a todo mi grupo
familiar; de igual manera, en la medida en que comparto los espacios en
forma razonable, participo en la distribución de las tareas domésticas con la
responsabilidad que nos atañe como
actores de nuestro destino, y orientamos esas tensiones en la búsqueda de nuevas aproximaciones y
propuestas originales para con-vivir como seres
que gestionan la igualdad desde la trascendencia del yo íntimo, estos
nuevos desafíos se convierten en
enriquecimientos del yo individual y el yo social. En consecuencia, bajo
la orientación del paradigma de los
derechos, es claro que este dilema se desvanece en la medida en que la democracia en los espacios y
tiempos y la democracia en la configuran
de relaciones intrafamiliares fundadas en el respeto y la promoción de
la dignidad de todas y todos los
integrantes del grupo familiar, en la medida también en que se resuelven los conflictos que necesariamente se
presentan en el hogar de manera
concertada y las responsabilidades del cuidado y gestión de la casa se
asumen en condiciones de igualdad en la
distribución de las tareas y en la comunicación
intergeneracional. Las familias tienen responsabilidades pero el Estado,
la empresa y la sociedad deben asumir
las suyas para garantizar los derechos de las familias y sus integrantes, y para que, en la medida en que
se superen las tendencias autocráticas,
logremos construir relaciones democráticas responsables, autónomas y participativas.
Agosto 20 de 2020
*
Ligia Galvis Ortiz
Abogada y Doctora en Filosofía
Julián Salas Rodas
Sociólogo. Especialista y Magister en Ciencias Sociales.
Yomaira García Acuña
Psicóloga, doctoranda en Ciencias Sociales
Pilar Morad Haydar
Trabajadora Social y Magister en Estudios de Género
Blanca Jiménez Zuluaga
Trabajadora Social y Magister en Ciencias Sociales
María Cristina Palacio Valencia
Socióloga con estudios en maestría en Ciencias Políticas
Yolanda Puyana Villamizar
Trabajadora Social y Magister en Estudios de Población
Raúl Jaimes Hernández
Psicólogo y Magister en Administración
Yolima Amado Sánchez
Psicóloga y Magister en Psicoanálisis, Subjetividad y Cultura.