August 23, 2023

Provenza: de barrio residencial a Zona Rosa de Medellín

 

 

 

Provenza: de barrio residencial a Zona Rosa de Medellín

 

Luis Julián Salas Rodas

 

Sociólogo

 

Universidad Pontificia Bolivariana

 

Especialista y Magíster en Ciencias Sociales

 

Universidad de Antioquia

 

Magister en Ciencias de la Educación, Opción Desarrollo Social

 

Universidad París XII

 

Luijus34@gmail.com

 

Twitter: @LuisjulianSalas

 

Blogs en Google: Familia y otros; Juntas Directivas ONG; ONG y Gerencia Social


Rionegro - Antioquia

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Contenido:

  Introducción

·         La configuración de Provenza y su entorno

·         Los orígenes

·         Surge el barrio Provenza

·         La parroquia de la Divina Eucaristía

·         El convento de las Hermanas Carmelitas Descalzas

·         La Cachucha, El Social, El Niágara y La Perla

·         El transporte:

·         Los buses de El poblado

·         La flota de Taxis Bernal

·         El tranvía y el ferrocarril de Amagá

·         Las Olimpiadas

·         Las mangas

·         La 10

·         Vida y costumbres de los pobladores

·         El barrio: situaciones, hechos y personajes

·         Las familias: valores, tradiciones y costumbres

·         La transformación de Provenza en Zona Rosa de la ciudad

Re        Registro fotográfico de El Poblado y el barrio Provenza 

Introducción:

 El propósito de esta crónica es doble:  rememorar, los hechos, situaciones y personajes tanto de vida la barrial como familiar; y dar cuenta del cambio, de los factores de transformación urbana, social y económica de barrio residencial a Zona Rosa de la ciudad. 

 Para aquellas personas de mi generación que vivimos los años de la infancia, la adolescencia y parte de la juventud en Provenza este relato los llevara a aquellos ya lejanos años y se sentirán muy identificados con las narraciones y anécdotas de este relato. Para las personas más jóvenes que crecieron en unidades residenciales cerradas, el presente texto les ilustrará una particular e histórica forma de vida urbana que no conocieron, como si, de seguro, la conocieron sus padres y parientes mayores.    

 Dejo, pues, este escrito como un testimonio, de hechos veraces, de vivencias subjetivas, y como memoria documentada de dos épocas muy distintas sobre un mismo territorio. Y lo hago tanto como sociólogo como testigo presencial de lo que allí aconteció. Ya el lector atento juzgará si el autor logro cumplir o no el propósito del texto presentado a su lectura.   

 La configuración de Provenza y su entorno

 Los orígenes:

 La erección en la Villa de Nuestra Señora la Candelaria de Medellín ocurrió el 2 de noviembre de 1675, en el llamado Sitio de Aná, hoy parque de Berrio, existió el Poblado de Indios de San Lorenzo de Aburrá. Al respecto dicen los historiadores:   

 Fue el 2 de marzo 1616 cuando el visitador español Francisco de Herrera Campuzano trasladó 80 indígenas varones, entre 15 y 55 años, con sus esposas al asentamiento del Poblado de San Lorenzo de Aburrá, (hoy El Poblado, Comuna 14 de Medellín) {…} fue un intento muy forzado y el resguardo tuvo una vida muy corta: desde 1616 hasta 1685. Allí, además de los aburraes que quedaban, fueron trasladados indígenas Yamesiés, Peques y Ebéjicos, que habitaban la zona del Occidente antioqueño”. (*).

 Siglos más tarde:

 “En el Poblado de San Lorenzo se construyó una pequeña capilla que fue demolida en 1720. La zona tomó el nombre de El Poblado, a secas. La capilla solo se recuperaría 125 años más tarde y se le identificó como San José. Hacia 1876 y por petición de varios vecinos El Poblado fue erigido como parroquia. Para entonces tenía alrededor de 1.930 habitantes, según censo de la época. Con la creación en parroquia se procedió a trazar la plaza, calles y solares y a principios del siglo XX se comenzó a construir el templo actual con la ayuda y los aportes en dinero y en especie de los vecinos por medio de convites, retretas y bazares. Los planos del templo fueron realizados por el arquitecto Horacio maría Rodríguez. (Barrio EL Poblado, el Centro de El Poblado”. www.vivirenelpoblado.com).(www.noticiasdecolombia.info).

 EL Poblado fue durante mucho tiempo corregimiento de Medellín y su vocación era ser un sector campestre de fincas de recreo para las familias pudientes de Medellín que allí solían temperar, mientras que su núcleo central lo conformaba la iglesia de San José, el parque, casas de tapia de un piso continuas, la calle 10 como eje vial principal y la carretera que comunicaba el centro de Medellín con el municipio de Envigado. La cabecera del Poblado obraba como un pequeño centro de comercio y servicios para los habitantes de las fincas. Hacia los años cincuenta del siglo XX dejo de ser corregimiento. Con la parcelación de las grandes fincas el aumento paulatino de nuevos habitantes se construyó, pavimentó y rectificó la avenida Medellín – Poblado – Envigado que fue iniciada en 1945 lo mismo que la vía Las Palmas. Y así El Poblado se fue configurando como un lugar de residencia de clase media, media alta y alta.

En las cuadras del parque de El Poblado hacia el rio Medellín, entre las calle 9 y 10, se asentaron familias de obreros, empleados y migrantes de pueblos de Antioquia. En sus casas de preparaban fritos para la venta, se fabricaba pólvora, y habían depósitos de leña que vendían luego en el centro de la ciudad. La calle 9, cuyo nombre oficial es : Francisco de Herrera Campuzano, el oidor y visitador español ya comentado, se le conoce, popularmente, como La Calle del Frito. www.vivirenelpoblado.com

 En 1937 el banco Central Hipotecario, BCH, fundado en 1932 y liquidado en 2021, construyó, para empleados y sus familias. el barrio Lleras con 45 casas, de ladrillos en estilo inglés, con un parque, denominado así por el apellido del gerente, unas cuadras arriba del parque principal. Las casas tipo A costaban $3.200, las de tipo B, $5.000 y las de tipo C, $8.000. Junto con las viviendas, el BCH reservó una franja de terrero aledaño destinado a un parque, que recibió el mismo nombre del barrio. A un costado del parque se levantó un altar para venerar a la virgen de Fátima. Imagen que aún se conserva.  (www.vivirenelpoblado.com).

 Surge el barrio Provenza:

 Luego, en 1954 el mismo Banco Central Hipotecario, BCH, edificó 159 casas, unas de dos pisos, otras de tres dependiendo de la topografía del terreno en predios de la finca Provenza, propiedad de la familia del empresario José Gutiérrez Gómez. Las viviendas distribuidas en seis manzanas, cuyos límites eran: hacia el oriente la calle 10, al centro la quebrada La Presidenta, hacia el sur la quebrada el Chambúl, hacia el occidente la quebrada la Escopetería y el barrio Lleras. (***).

 Las casas, ofertadas para empleados y familias de clase media, tenían un precio de $45.000, con cómodas cuotas mensuales de $400 durante 15 años. (**).

 (*) (Leonardo Ramírez Álvarez, politólogo. Cuatro siglos de El Poblado de San Lorenzo de Aburrá. La génesis de Medellín. www.eafit.co).

 (**) El nombre de Provenza procede de una región al sureste de Francia que limita con Italia y el mar Mediterráneo, famosa por sus bellos paisajes.

 (**) Aún no se habían inventado las UPAC donde la cuota de amortización mensual aumentaba con el índice de inflación y la corrección monetaria, que llevo a la desesperación y a la entrega de las casas a los bancos por imposibilidad de pagarlas).

 Hacia 1956-57 concluyó la construcción de las casas, adosadas, se entregaron totalmente terminadas y empezaron a ser habitadas por las nuevas familias propietarias. Las casas constaban de antejardín, porche, garaje, sala, comedor, cocina, solar, 4 habitaciones, habitación para la empleada doméstica y tres baños. Los muros no eran de ladrillos sino de adobe cocido y los techos en caña brava, tablillas de madera y tejas de barro. Casas amplias y suficientes para albergar a las familias con hijos/as numerosas de ese entonces. Con el paso de los años muchas familias fueron reformando la fachada, cambiando pisos, baños y techado el garaje. Durante el tiempo en que Provenza fue barrio residencial las casas fueron habitadas por sus propietarios, la mayoría por primera vez como propietarios. Muy pocas fueron alquiladas, lo que dio al barrio una gran estabilidad y permanencia de las familias originarias.

 A principios de la década de los años sesenta  se empezó a urbanizar la manzana al frente de la carrera 27 A, (hoy carrera 34) costado oriental, que no quedo incluida en el loteo inicial del BCH. Manzana fue incorporada, después, como parte de Provenza. Desde el aspecto social, físico y de nomenclatura el barrio Provenza quedo bien delimitado desde el principio con respecto al centro histórico de El Poblado y de la ciudad.  

 La parroquia de la Divina Eucaristía:

 El 16 de mayo de 1964, en el límite con la quebrada la Escopetería, en terreno donado por el Banco Central Hipotecario, BCH, se puso la primera piedra para la construcción del templo de la parroquia de la Divina Eucaristía, que se desprendió de la parroquia de San José de EL Poblado. El 26 de noviembre de 1965 la bendijeron como parroquia.  El BCH donó, además, una casa para hacer de Casa Cural. La parroquia se creó en 1966 por el arzobispo de Medellín Tulio Botero Salazar. Lleva el nombre de la Divina Eucaristía. Su primer párroco fue Monseñor Alberto Restrepo. La consagración del templo se realizó el 12 de agosto de 1964. A pesar de que templo quedo en obra negra durante varios años, el piso era de cemento, no tenía bancas para los feligreses y los niños alquilaban sillas de sus casas a un precio de 30 centavos y también se cuidaban, al mismo precio, los carros de los feligreses. Hubo de transcurrir varios años para terminarlo y dotarlo y dejarlo bien bonito y agradable como lo es ahora. obra que fue posible gracias al empeño de los sucesivos párrocos y a la venta de empanadas, en una ramada anexa con tejas de Eternit que las señoras vecinas elaboraban en forma voluntaria los días sábados y domingos, empanadas “vaticanas”, de pura papa, a razón de 20 centavos la unidad. Y, como suele decirse, a punta de ventas de empanadas como los feligreses de muchas parroquias de Medellín pudieron levantar y dotar los templos de sus parroquias. Luego la ramada se tumbó y dio paso a la construcción de la nueva Casa Cural y un moderno local de dos pisos, en el primero se abrió un minimercado con el nombre de Mercafacil y en el segundo piso un amplio espacio para reuniones. Esta obra se realizó por iniciativa del párroco Hernán Montoya, quien manejaba un Volkswagen Safari amarillo donado por los católicos alemanes. Los inicios de la parroquia de la Divina Eucaristía coincidieron en el tiempo con la celebración del Concilio Vaticano II en Roma. Concilio que cambio la misa en latín donde el sacerdote oficiaba de espaldas a la feligresía a la misa en el idioma nativo y con el sacerdote de frente.

 A finales de los años sesenta ocurrió un sacrilegio con el robo de sus ornamentos litúrgicos, robo que conmovió la vida del barrio y en su restitución la benefactora, dama de la sociedad medellinense y habitante de EL Poblado, Luz Eugenia Ángel de Vélez donó al templo parroquial los objetos robados. La misma señora que se encargaba de suministrar las orquídeas, de su casa finca, para adornar la imagen del santo sepulcro. Otra situación que conmovió a los vecinos de Provenza fue el hallazgo de un feto en la parte de atrás del templo, en una orilla de la quebrada La Presidenta. Nunca se supo de la mujer que abortó.

 Durante los años en que Provenza fue un barrio netamente residencial los párrocos siempre fueron cercanos a las familias y el templo fue el sitio no solo de las celebraciones eucarísticas sino, también, de bautizos,  matrimonios, entierros,  primeras comuniones y confirmaciones. Con el paso de los años la feligresía cambio de familias establecidas y permanentes, a personas, de día dedicadas al comercio, los servicios y el turismo como Zona Rosa de la ciudad. (Parroquia Divina Eucaristía. Youtube.com).

 Conocida y estudiada es la influencia que la iglesia católica tuvo en el pasado en la conformación y funcionamiento de la sociedad antioqueña, especialmente en la unión matrimonial y la familia tanto como institución y grupo primario, y en la fundación de pueblos en los territorios rurales y en las parroquias urbanas de los centros poblados y sus barrios. Provenza no fue la excepción.   

 Y como anécdota fui monaguillo de la parroquia por poco tiempo y digo poco tiempo porque en una misa me enredé con la blanca alba litúrgica subiendo los escalones del altar con tan mala suerte que cayeron al suelo, haciendo ruido y trizas, la bandeja con las vinajeras de cristal, una de vino y otra de agua necesarias para que el sacerdote celebre la liturgia de la eucaristía. El bochorno fue inmenso, aun lo recuerdo con terror, y el padre párroco Hernando Escobar me regaño en público y hasta ese deje de ser monaguillo. Con toda razón. (Parroquia Divina Eucaristía. Historia. Youtube.com).      

 El convento de las Hermanas Carmelitas Descalzas:      

 Este convento estuvo antes, muchos años, cerca al templo de San José de El Poblado, a mano izquierda de la calle 10. En 1959 se trasladaron al barrio Provenza a un terreno que limitaba con la calle 27 (hoy carrera 34), la calle 10, sector de la Cachucha, vía al Tesoro y la quebrada La Presidenta. Allí estuvo hasta el año 1991 cuando la comunidad vendió la sede a la Fiscalía General de la Nación, lo que motivo una protesta de los vecinos. Hoy el edificio del convento es un hotel y centro comercial, y las hermanas trasladaron al municipio de Girardota. En su capilla se oficiaba misa los domingos. Las monjas se situaban al lado derecho del altar, cantaban hermoso tras un velo y no se podían ver puesto que se decía que era pecado.  Allá íbamos los niños y niñas a comprar recortes de hostias, que las monjas vendían tras el torno, que impedía verlas, pero si oírlas. En Semana Santa la procesión del santo sepulcro de Viernes Santo salía del templo de San José, en el parque del Poblado, subía por la calle 10 y finalizaba en el templo de las Carmelitas hasta el Domingo de Resurrección donde permanecían los restos de Jesús. Los Jueves Santos los niños de la vecindad esperábamos con ansias ser llamados a representar los doce apóstoles en la ceremonia del lavado de los pies por cuanto después las hermanas nos obsequiaban recortes de hostias, uvas, peras y manzanas que pocas veces podíamos comer en nuestras casas.

 La Cachucha, El Social, El Niágara y La Perla:    

 La tienda de la Cachucha estaba situada en la intersección entre la calle 10 y los rieles que subían hasta la finca la Luz, sitio, además que hacía de terminal de los buses del Poblado.  Allí se reunían, departían y tomaban cervezas los conductores de buses (en esos tiempos no eran sancionados por el Código de Transito). Era atendida por su propietario don Antonio, un simpático y atento solterón, allí se vendía todo lo básico de un mercado, a la vez que era el lugar donde comprábamos los dulces y las golosinas. Enseguida de la tienda había un pequeño almacén de hilos y bisutería atendido por dos hermanas de don Antonio, también solteras que vivián allí mismo. Luego don Antonio y sus hermanas cerraron el almacén y vendieron la tienda a don Alberto y su familia que ocuparon otra casa vieja al lado de la tienda. Don Alberto, además, se vestía los domingos de saco y corbata pues era el encargado de recolectar la ofrenda económica en las misas de la Divina Eucaristía.

 El granero El Social tenía un amplio local ubicado en la esquina de la carrera 27 (hoy carrera 35). Era atendido por su propietario Saúl y su señora, que vendía el juego del Chance. Como todo granero vendía abarrotes al por menor. Tenía fama de carero. A diferencia de la Cachucha tenía mesas y sillas metálicas donde se podía tomar gaseosas y los mayores cervezas y aguardientes. Saúl, además, hacia domicilios en una vieja bicicleta. Lo que hoy se conoce como El Social nada tiene que ver con el antiguo granero. 

 La tienda mixta El Niagara no pertenece a Provenza sino al barrio Lleras, pero sus clientes eran también las familias de Provenza especialmente los jóvenes y los adultos. Cuando el barrio Lleras se transformó, antes que Provenza, en una Zona Rosa su nombre cambio a 5 Puertas y se convirtió en un bar y restaurante. Sus últimos propietarios fueron Lucho Mesa y el reconocido antropólogo, experto en gastronomía, Julián Estrada (+). En el piso de arriba del Niágara estaban las oficinas del periódico Vivir en el Poblado.

 La Farmacia La Perla quedaba y aún queda en el Barrio Lleras. Era atendido por don Jaime y su señora doña Tulia. Detrás de un mostrador de vidrio don Jaime y su señora atendían a la clientela conformada por las familias del Lleras y de Provenza. Don Jaime también ponía inyecciones a domicilio y fiaba mediante vales firmados que cobraba a fines de mes. Tenía, también, despacho a domicilio en bicicleta. Don Jaime era una persona muy servicial, atenta, jovial y conocedor tanto de su oficio como de las enfermedades y dolencias de sus clientes. Vivía con su familia en una casa de esquina del barrio Lleras. En la farmacia La Perla conseguíamos, también, las revistas de historietas, de Mecánica Popular y Selecciones del Reader´s Digest.

 El transporte

 Los buses de El Poblado:

 Desde los años 40 del siglo pasado ya existía un servicio informal de camionetas de pasajeros entre El Poblado y el Centro de Medellín. En 1948 se constituyó la sociedad comercial de responsabilidad limitada denominada Empresa Medellín EL Poblado. En 1966 se transformó en Autobuses El Poblado. Por esa época solo operaba dos rutas la 18 y la 18 A. La 18, salía y terminaba su recorrido del barrio Provenza en el sector de la Cachucha, por la calle 27 A (hoy 34), bajaba por la calle 8 para seguir por la carrera 26 (hoy 36) y tomar la calle 10, que en esos tiempos era de doble vía y seguir hasta el centro de Medellín.. A finales de los años 60 la tarifa por viaje y pasajero era de 35 centavos para modelos antiguos y 60 centavos para modelos recientes. El recorrido hasta el Centro de Medellín, (y decíamos ir a Medellín), duraba entre 30 y 35 minutos; y muchas personas que trabajaban en el Centro hacían 4 viajes diarios por cuanto iban a almorzar a la casa para luego estar a las 2:00 PM en sus oficinas- Esto podía hacerse en esos tiempos porque no había la congestión y el tráfico vehicular de ese entonces. Cuando nos dejaba el bus del colegio nos tocaba tomar los buses de servicio público para llegar, obvio, tarde, a clases.   A Los que entrabamos a la adolescencia se nos permitía ir en bus al centro de la ciudad, a ver películas de estreno y a comer, después, cono de ron con pasas a la heladería San Francisco en el parque Bolívar. Los conductores permanecían  muchos años en la empresa y de muchos de ellos conocíamos sus nombres. En los años noventa se dio por concluido el terminal de la Cachucha. Fue allí donde se construyeron un local de Hamburguesas del Corral y el Centro Comercial Vizcaya. (www.autopobla.com).

 La flota de taxis Bernal SA:

 Desde el año de 1952 opera en el parque de El Poblado la flota de taxis Bernal, que tomó su nombre del apellido de su primer dueño. Hasta el año de 1955 los taxis no contaban con taxímetros para el cobro de las carreras. Años después pasó a ser sociedad anónima. La Flota Bernal siempre ha gozado de muy buena fama y reputación por la buena atención, seguridad y servicio de sus conductores. En el pasado los taxis cobraban un recargo de $50 por carrera si el servicio implicaba subir por las lomas, por considerarlas una zona rural de Medellín.. (www.vivirenelelpoblado.com).

 El tranvía y el ferrocarril de Amagá:

 El tranvía eléctrico funciono desde 1921 como empresa pública del municipio de Medellín. Cerró en 1951. Durante esas tres décadas tuvo rutas a distintos sitios de la ciudad, inclusive al municipio de Rionegro, a los barrios Manrique, Robledo, la América, Belén, El Poblado y Envigado, alcanzando a tener 36 kilómetros de vías. El costo del pasaje del centro de Medellín a el parque de El Poblado costaba tres pesos. Con el constante aumento de los buses y vehículos particulares la operación del tranvía fue disminuyendo hasta su definitivo cierre. Antes del tranvía existió desde 1911 el ferrocarril de Amagá, que comunicaba el centro de la ciudad con ese municipio y atravesaba en línea paralela con el rio Medellín. con paradas por El poblado, El Aguacatal, Envigado, Sabaneta, Itagüí, La Tablaza, Caldas, Angelópolis, Palomos y Camilo C.  

(El tranvía de Medellín. Wikipedia.org). (www.ferrocarrilescolombianos.blogspot.com)

   Las Olimpiadas:

 Las Olimpiadas de El Poblado iniciaron en 1965 y se extendieron hasta los años 90. Se   llevaban a cabo durante las vacaciones de mitad del año, de junio. El padre Hernán Montoya Hurtado, párroco de la Divina Eucaristía, fue gran promotor y organizador de las olimpíadas, las cuales congregaban a los jóvenes de los barrios de la Comuna de El Poblado. Se inició con el futbol, que se jugaba en una cancha situada detrás del templo parroquial al otro lado de la quebrada la Escopetería, en terrenos pertenecientes a doña Eugenia Ángel de Vélez. Luego se incorporaron el voleibol, baloncesto, ciclismo, atletismo, microfutbol, softbol, natación, tejo y billar, tenis de mesa y ajedrez. En las Olimpiadas, que después pasaron a llamarse Juegos Deportivos por orden del Comité Olímpico Colombiano, participaban por igual hombres y mujeres, niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Se contaba con una cancha múltiple en cemento, que aún existe, en un terreno, también contiguo al templo. Las Olimpiadas eran un evento muy esperado porque reunía a las familias en competencias organizadas donde se generaba una sana rivalidad para obtener los trofeos y las medallas. Algunas empresas se vinculaban con la dotación de uniformes e implementos deportivos. Las Olimpiadas se terminaron con la transformación de Provenza en lugar de actividades comerciales y de servicios. Los niños/as y jóvenes que ahí vivieron, crecieron y establecieron sus propias familias en otros sectores de Medellín.   Todas y todos los que participamos de las Olimpiadas guardamos un recuerdo entrañable de ellas. Y gracias a la participación en las Olimpiadas muchas personas además de ser vecinos se convirtieron en amigos/as, en amistades que aún perduran después de tantos años.(www.vivirenelelpoblado.com).

 Las mangas:

 Por fuera del casco histórico de El Poblado, conformado por varias manzanas, estaban las casas fincas de recreo de familias adineradas de la ciudad. Estas fincas, daban un aspecto rural y campestre, se caracterizaban por tener extensos terrenos a su alrededor, mangas, algunas con ganado, árboles frutales y de pomos, un árbol nativo que daba frutos. El acceso a estas fincas se hacía por estrechos caminos de rieles de cemento, algunos, en las llamadas lomas (de los Parras, de los González, de Alejandría, de los Balsos, del Campestre).  que partían de la avenida El Poblado. Y esas mangas tenían nombres: la manga de Cucho, la manga de Catay, la manga de Vizcaya, la manga de los Guayabales. Allí solíamos hacer caminatas y construir chozas con palos y ramas donde pasábamos el día y algunas noches. En la manga de Catay, (hoy conjunto de edificios de apartamentos), había un árbol de manzanilla que al tocar y frotar sus hojas producía en la piel urticaria, enrojecimiento e hinchazón de la cara por varios días; a él que solían recurrir algunos amigos para no tener que ir al colegio y poder quedarse en la casa “de balde”. Es de destacar la finca Vizcaya, una mansión de estilo español, construida en 1902 por Don Germán Echavarría Misas, hijo del empresario Alejandro Echavarría Isaza, fundador de Coltejer, y Lucía Olarte Echavarría Olarte como residencia de verán. Tenía plantadas, de la calle 10 hasta la casa, a lado y lado, altas palmeras. De ellas recogíamos el tallo de las hojas caídas, las encerábamos y después nos rodábamos dentro de ellas por la pendiente. Era un juego muy entretenido. Hoy la finca Vizcaya es la Fundación Gerontológica Hogar Vizcaya, a cargo de la Congregación de las Hermanas de San Vicente de Padua. En terrenos de la finca Vizcaya se construyó, en varias etapas, la unidad residencial Vizcaya Real, al frente del Centro Comercial Vizcaya.(www.vivirenelpoblado.com).

 Entretenido también era adentrarnos en la Cueva del Indio, situada más arriba de Vizcaya por una pendiente carretera de rieles de cemento, uno podía encontrar pedazos de cerámica indígena.

 La construcción por valorización de las transversales, la inferior y la superior, a finales de los años sesenta permitió incorporar los grandes terrenos de las casas fincas al desarrollo del mercado inmobiliario. El loteo y urbanización acelerada de El Poblado inició a mediados de los años setenta las construcciones en altura y en unidades cerradas para familias de estrato medio alto y alto. Y, así, fueron desapareciendo las antiguas mangas y la comuna de El Poblado empezó a crecer en número de habitantes y de carros.

 La 10:

 La calle 10 fue siempre, y lo sigue siendo, el eje vial más importante de la zona central de El Poblado. Inicia en un puente a nivel sobre el rio Medellín y continua, derecho, subiendo la pendiente de la ladera de occidente a oriente, por el parque de El Poblado y la avenida El Poblado culminando con la Loma de los Balsos. Durante muchos años la calle 10 fue de doble vía con casas de uno y dos pisos, sin locales comerciales. La construcción y puesta al servicio de una sede de los Almacenes Éxito, hoy Grupo Éxito, en la margen derecha de la calle 10, mediados de los años setenta del pasado siglo, le imprimió mucha dinámica comercial al sector.

 Vida y costumbres de los pobladores

 El barrio: situaciones, hechos y personajes

 En la distribución, ocupación y distribución de los usos del suelo de las ciudades, el uso residencial es uno de los más importantes y de los que más extensión tiene por cuanto ellos son necesarios, imprescindibles, para la conservación, la reproducción, crianza, descanso, sueño y satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de los seres humanos. Los barrios pueden surgir de forma espontánea, sin orden o de forma planeada y ordenada. Y por extensión se van integrando a la vida urbana.

 El vecindario urbano da lugar con el tiempo, a que se establezcan amistades, solidaridades y a veces hasta parentescos. Se comparten también intereses comunes. Se comparten los servicios públicos (agua, electricidad, alcantarillado, recolección de basuras, seguridad, transporte y recreación). Según sea la frecuencia de las relaciones entre vecinos surgen también canales de información, formal e informal, así como mecanismos de control social. Se configura así la identidad, el arraigo, el apego y el sentido de pertenencia local.  

 Al estar ubicado el vecindario residencial de Provenza en el sector, hoy Comuna 14, exclusivo de casas – fincas de verano de las familias más adineradas de Medellín, las familias de Provenza, por extensión simbólica, se percibían a sí mismas portadoras de un mayor prestigio y estatus social que otras familias de clase media alta de la ciudad.          

 Quienes tuvimos la oportunidad y la fortuna de vivirlos años de la infancia, la adolescencia y parte de la durante los años sesenta, setenta y ochenta en Provenza guardamos  recuerdos muy felices de juegos grupales en las calles, de navidades comunitarias con sancochos, de paseos en las mangas donde hacíamos chozas, cogíamos y comíamos pomas y pescábamos sardinas, guppys, corronchos y capitanes en las quebradas de La Presidenta (*), el Chambul y la Escopetaría. Y al atardecer el barrio recibía la llegada de cientos y cientos de golondrinas, con la algarabía de sus trinos, para pasar la noche en los cables de energía y en los techos de las casas. 

 (*) La quebrada La Presidenta nace en la vereda EL Plan, corregimiento de Santa Elena, de Medellín. Desciende por la ladera oriental del Valle de Aburrá, en una longitud de 13.47 KMS, para desembocar en el rio Medellín, a un lado de la estación El Poblado del sistema de transporte Metro.

 Saciábamos el hambre y el antojo con las empanadas parroquiales a 15 centavos los sábados en la tarde y los domingos. En cada casa una familia: los Restrepo, los Mesa, los Uribe, los Velázquez, Los Correa, los Salazar, los Cuervo, los Valencia, los Castro, los Londoño, los Hinestroza, los Salas. No se tuteaba a las mamás y los papás. Se decía doña Celmira, doña Amparo, doña Miriam, doña Ángela, doña Nury, don Armando, don Pablo, don Javier, don Guillermo, don Alfonso por aquello del debido respeto a las personas mayores.

 Bajo la vigilancia de los padres se realizaban los bailes, con los Long Play en las radiolas, y alegrados mucha Coca-Cola con poco ron Medellín. Los hombres se sentaban a un lado y las mujeres al otro lado, quienes debían tomar la iniciativa para sacar a la pareja a bailar y someterse a su aceptación o rechazo. Y, por supuesto, se daban los primeros flirteos, noviazgos, primeros besos y las primeras esquelas de amor.

 Las familias más pudientes, tenían automóvil propio, la mayoría carros de marca americanos como Ford, Chevrolet, Dodge, Studebaker, Nash, Cadillac. Los carros eran muy cuidados y bien tenidos y duraban muchos años en la familia. No se cambiaban a los dos y tres años como ocurre ahora.  Los domingos por la mañana era el mejor momento para lavar el carro y dejarlo como nuevo.

 No sabíamos de porterías, porteros, de unidades residenciales, de mallas separadoras, de ascensores, ni de cuotas de administración. Todo eso nos vino mucho después. Calles, carreras, aceras, cuadras, esquinas eran de libre acceso, sitios de conversación, de socialización, de encuentro de las barras, del bullicio, de la gritería, de la alegría de vivir y crecer, de los partidos de fútbol, de las montadas en triciclo, bicicleta, patines, de los juegos infantiles de la golosa, escondidijos, quemó la olla, de la gallina ciega, de saltar en la cuerda. Y cuando se hacía tarde la noche las mamás llamaban a sus hijos/as por su nombres para que terminaran de jugar y se entraran a las casas a comer, ver televisión y acostarse a dormir.  

 Por las calles el señor del carrito de paletas, de uniforme y cachucha blanca, de helados la Fuente haciendo sonar las campanillas con su tilín, tilín; el señor, muy mayor de edad, anunciando sus caramelos de azúcar de todos colores; el señor que en bicicleta vendía gasolina blanca, varsol en botella y afilaba cuchillos. El que reparaba la olla de presión; la señora de edad que ofrecía su parva en una canasta de mimbre que subía a su cabeza; el cartero de Adpostal que entregaba cartas y telegramas; el señor de los algodones de azúcar rosado que con un palito revolvía en su máquina centrifugadora: Don Efraín, el celador nocturno, que vestía siempre de cachucha y saco azul; el zapatero, cuyo nombre no recuerdo,  que en su chaza reparaba y remontaba suelas; el silletero que bajaba de Santa Elena pregonaba sus flores frescas; Don Robertico que descalzo motilaba los prados y arreglaba jardines; el celador de la cuadra que nos cuidaba y hacía rondas nocturnas; Fierro, un señor mayor muy serio, de sombrero de fieltro, saco cruzado y corbata, que copetón caminaba por la carrera 27 A (hoy carrera 34) para su casa situado en el sector del Chispero. El Mono y Ramiro que tenían retardo mental y problemas del habla. Don Iván, el vecino de la casa de al lado, en cuyo matrimonio no hubo hijos y que detestaba a la chiquillada y a la muchachada de la cuadra. Doña Esther, la señora suiza que elaboraba y vendía deliciosas galletas de navidad empacadas en papel celofán. El señor que, cuyo nombre tampoco recuerdo, que, por las tardes, al frente de los juegos infantiles vendía mango biche con sal a 50 centavos.  Los limosneros, de todas las edades, que siempre tocaban el timbre a la hora del almuerzo; el carro de Postobón que vendía la caja surtida de 30 gaseosas por 10 pesos; y el carro de Proleche, tirado por un caballo, que vendía más agua que leche, anunciando con el repicar de una campana su llegada para que “las muchachas del servicio” (hoy empleadas domésticas”) salieran de las casas a comprar la leche en litros de vidrio.

 Algunos niños/as tenían el monopolio del Cofio y del Minisigui, que elaboraban en la cocina de la casa, como rebusque (emprendimiento diríamos ahora) empacados en bolsitas o en conitos de papel. Era un dinero extra para complementar las precarias mesadas semanales. Y las que no se vendían en el día se comían al final del día. Se comían abriendo la mano para depositar la sustancia y luego lamerse las manos empegotadas. El grupo de señoras de la cuadra que una tarde a la semana se reunían a ensayar y a tocar música andina colombiana con guitarras, tiples y bandolinas con el maestro Gabriel Uribe Bueno, también habitante de El Poblado, padre de la afamada pianista Blanca Uribe Espitia.  

 Y en la carrera 27 A, hoy carrera 34, donde teníamos nuestra casa éramos 12 niños que esperábamos el bus del Colegio San Ignacio de Loyola, que hacia 4 recorridos diarios y al medio día, después del almuerzo nos sentábamos en las escaleras de los Valencia, en una casa de esquina, a escuchar por radio la Ley Contra el Hampa, por Todelar y las Aventuras de Montecristo, por Caracol. No portábamos mochilas sino maletines de cuero para los libros y útiles escolares. Estudiábamos en colegios privados.

 Los fines de semana subíamos a los morros de la carretera de las Palmas para pasar la noche en una carpa Calé, muchas veces bajo la lluvia. Y de vez en cuando nos asomábamos al colegio Marymount a coger y comer mandarinas de los árboles, y gatear a las monjas gringas en vestido de baño. Construíamos carritos de madera, rodillos y frenos de suela de llanta para descolgarnos en bajada por la vía a El Tesoro y pasar indemnes por la “Curva de la Muerte”. Esperábamos, con ansias, las vacaciones de diciembre para ver y disfrutar los juegos pirotécnicos y los globos gigantes de la finca El Vergel, de don Alfredo Diez, dueño de Codiscos. Globos que perseguíamos para hacernos a ellos una vez se apagaba la mecha y caían al suelo. Se quemaba pólvora en las calles: papeletas, chorrillos, totes y voladores.  En diciembre se armaban los pesebres con musgo, aun no era prohibido, y el árbol de navidad era un chamizo al que se le pegaban algodones y se colgaban bolas de colores e instalaciones eléctricas parpadeantes. No faltaba el rezo de la novena a partir del 16 de diciembre con repartición de buñuelo, natilla y hojuelas hechas de huevo, harina, sal, vinagre y azúcar refinada. Los 25 de diciembre los niños y niñas de las cuadras salíamos de nuestras casas felices a mostrar los regalos traído por el niño Jesús y a jugar con ellos.

 En los meses de verano y de vientos, enero y agosto, íbamos a las mangas a elevar cometas que hacíamos con papel de seda, varillas de madera y engrudo. Y cuando era el tiempo de la Vuelta a Colombia jugábamos, en la acera, haciendo con las tapas de gaseosa, rellenas con esperma y un número en papel. Bajábamos a la autopista sur a ver pasar y victorear a los ciclistas.  No solo en Provenza tenían morada familias paisas pues también convivían con nosotros, en forma apacible familias de nacionalidad argentina, boliviana, suiza, alemana, española, holandesa, inglesa, estadounidense y francesa. Así que Provenza era un barrio residencial multicultural. El teatro Yamesí, propiedad de la parroquia de San José, fue el antecesor del teatro El Subterráneo, famoso en la ciudad por tener en cartelera películas del llamado Cine Arte. En los bajos del teatro Yamesí estuvo una sede de la Proveeduría Departamental. 

 En los alrededores del parque del El Poblado estaban ubicados la estación de policía, la escuela Guillermo Echavarría Misas (aún está), la tienda de don Exequiel, la Farmacia San Blas, una sucursal del Banco Popular, el restaurante de parrilla argentina Che (desde 1991), Hamburguesas POP, a $20 la hamburguesa con doble carne, papitas y gaseosa, Pollos Mario, a $50 el pollo entero despresado con papa cocida y arepas y los supermercados La Candelaria, hoy mercados Carulla. 

 Cerca a Provenza funcionaban los colegios de monjas para las hijas como el Palermo de San José, desde 1923 hasta el 2021, de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora. Se llamo así  por la finca Palermo y San José por la parroquia.  Allí, a los cuatro años de edad hice el grado de prejardin y recibí el Billete de Honor por: buena disciplina, aprovechamiento y puntual asistencia. Desde 1962 el Madre Antonia Cerini, de las hermanas de San Antonio de Padua. En las fiestas de este colegio se organizaban los reinados de la simpatía, no de belleza entre las alumnas de último grado. La banda azul, que no la corona, ni el cetro, la recibía la candidata que más dinero recolectara. Para los hijos estaba el Instituto El Poblado situado abajo del parque en la calle 10, regentado por su propietario Darío Mazo y su señora Maruja.

 Provenza fue también lugar de residencia de personas famosas, con sus familias,  como el pentacampeón de ciclismo de las Vueltas a Colombia Ramón Hoyos Vallejo; el comentarista deportivo colombo-argentino Julio Arrastra Brica, uno de los pioneros de las trasmisiones radiales de ciclismo, apodado “la biblia del ciclismo”; el argentino, también, Roberto Serafín Guerrero, padre del corredor de Fórmula Uno Roberto Guerrero; El instructor y golfista profesional, ganador de muchos torneos, el colombo-argentino Miguel J. Salas; propietario del restaurante El Che y de hamburguesas POP. (No éramos parientes); el profesor y concertista de guitarra clásica Rufino Duque Naranjo; y el matrimonio español Buenaventura Fontán y Emilia García de Fontán que fueron creadores del Centro Psicotécnico de Medellín y del colegio Fontán, con sedes en Medellín y Bogotá, primera innovación educativa aprobada en el país en 1985. El odontólogo Luis Carlos Muñoz Uribe, exrector de la Universidad de Antioquia, exviceministro de educación, exdirector del ICFES, cofundador de la Universidad CES. Todos ya fallecidos menos el odontólogo Luis Carlos Muñoz Uribe.  

 Las familias: valores, tradiciones y costumbres      

 Que un barrio, un vecindario, sea o no considerado como residencial depende tanto del número de familias, de su predominancia en el territorio, como de su permanencia, de ser o no propietarios mayoritarios de las viviendas. Antes que un bien de cambio la vivienda habitada por las familias es considerada como un bien de uso. Sitio de alimentación,  higiene, aseo, sueño, esparcimiento, descanso y reposición de la fuerza de trabajo, lugar de guarda de los muebles, enseres domésticos, recuerdos queridos (Hoy como consecuencia de la modernidad, lugar de realización del trabajo virtual). Es al interior de vivienda donde la familia puede convivir y desempeñar las funciones que la sociedad le asigna: protección de sus integrantes, (en la pandemia del COVID 19 lugar de confinamiento para evitar el contagio y preservar la salud), socialización, crianza y formación de las nuevas generaciones, y grupo primario para manifestar las relaciones y los vínculos afectivos y emocionales entre los miembros de distintas generaciones.  

 La mayoría de las familias de Provenza, muy de acuerdo con la época, eran familias nucleares, conformada por un padre, la madre y sus hijos/as. Algunas con ocho o más vástagos. Aún no habían entrado de forma masiva los métodos anticonceptivos de planificación familiar. Muy pocas familias conformadas por parejas solas. Por pertenecer a la clase media alta y a un mismo estatus social, las familias de Provenza eran autosuficientes en la provisión material de las necesidades básicas; lo que significaba que no era indispensable la ayuda material entre ellas. Sin embargo, si establecieron entre ellas relaciones de vecindad basadas en la confianza y en el compartir unos mismos valores, normas, creencias y tradiciones por hacer parte de la cultura de la sociedad antioqueña. Las familias, en general, eran amistosas con sus vecinos y, a su vez, se recluían al interior de sus hogares, sin dejar de frecuentar a sus parientes. Familias respetables, no alborotadoras que sabían quienes eran las personas que los rodeaban. Las familias fundadoras de Provenza eran familias que ya tenían una permanencia de vida citadina no eran migrantes rurales como si acontecio en los barrios populares de Medellín.    

 En cada casa una familia. Un papá muy trabajador, a modo de patriarca, proveedor económico y una madre ama de casa, de tiempo completo. Parejas casadas por el rito católico, que cumplían con el mandato religioso de vivir unidos hasta que la muerte los separe. Cada señora disponía de una o dos “muchachas del servicio”, hoy empleadas domésticas. Cuando eran dos: una era la cocinera y otra la dentrodera que se encargaba de las labores del aseo, el lavado y el planchado.  El domingo era su día libre y de descanso. Los muertos se velaban en la casa y las mujeres expresaban el duelo con luto riguroso.

 Como eran familias “de modo” en cada vivienda se disfrutaban de todos los servicios públicos, de un solo televisor de tubos en blanco y negro, y una sola línea telefónica, con teléfono fijo. Teléfonos sin llamada en espera, sin identificador de llamadas, sin contestador automático. No faltaba en cada casa el miembro de familia que se pegaba al auricular del teléfono para hablar extensamente impidiendo a otros su uso. Los sábados y domingos el programa en la casa era ver las series de televisión gringa como Bonanza, el Gran Chaparral, el Llanero Solitario, los Supersónicos, Viaje a las Estrellas, el Agente 86, los Beverly Hills, Batman, Hechizada y mi Bella genio, entre otras. Los domingos, a las 7 de la noche, todos al pie del televisor para ver el programa costumbrista y de humor Yo y Tú. A la hora de las comidas las familias se reunían en la mesa del comedor donde el papá se sentaba en la cabecera, y se le ofrecía la porción de carne más grande, y la mamá a un lado. El desayuno con arepa, quesito, huevo y chocolate; el almuerzo, (compuesto de sopa, seco, vaso de leche, dulce eran obligados), y la comida, con fríjoles cargamanto, eran infaltables en el menú paisa.  Infaltables eran los fines de semana y en vacaciones la media mañana y el algo en las tardes. No se conocía y menos se compraba comida chatarra y a domicilio. Se mercaba para 15 días y para ello había que llevar, por lo menos, tres canastas de mimbre, una para el grano, otra para las verduras y una más pequeña para los huevos. El premio para el hijo/a que acompañaba a la mamá a mercar era un tarrito de leche condesada de La Lechera. En la madrugaba, antes del desayuno, en el molino manual se molía el maíz cocido y trillado blanco o amarillo, luego la masa se amasaba, con fuerza y se hacían las arepas que se calentaban en la parrilla y se les untaba mantequilla y un poco de sal. Las arepas no se compraban. El licor preferido de los papás era el aguardiente antioqueño que se tomaba en copa doble acompañado de agua y limón. Y con algunos tragos encima conducía, así era la usanza, conducía el carro con  la familia a bordo.

 Después de la comida, se veía el noticiero de las  7 y una película o un programa en vivo, se rezaba el rosario, completo. Semana Santa era la época de los estrenos de ropa y calzado, así el confesarse y comulgar. Se cumplía con la vigilia de no comer carne. La misa del domingo era obligatoria. Aún no había conciencia ni llegada la información acerca de que los niños, niñas y adolescentes éramos titulares activos de derechos y el castigo físico con correa era frecuente como forma de sancionar y disciplinar a la prole. A Sotto Voce se rumoraba de algunas familias donde se presentaban casos de violencia intrafamiliar, pero regía, no como ahora, el refrán popular de que la ropa sucia se lava en casa. Y no se podía responder con un QUE, al llamado de los padres. So pena de regaño se tenía que decir: sí señora, sí señor. Los padres si podían alzar la voz a los hijos/as, pero estos nunca a aquellos, so pena de una bofetada en la cara. El respeto a las personas mayores se imponía y exigía. Todavía tenía vigencia aquel proverbio que decía: la letra con sangre entra.  Obligatorio como el baño diario, era la cortesía de saludar y despedir a las visitas

 Era frecuente los domingos ir a visitar a los abuelos y a los primos. Las familias que tenían carro iban a Caldas a comprar obleas con arequipe, al estadero Doña María, en Itagüí a montar en trencito; a dar la Vuelta a Oriente para comer chócolo asado, arepa con quesito o chuzos. O a Barbosa a bañarse en sus charcos y preparar sancochos de olla. Los numerosos hermanos y hermanas rivalizábamos y competíamos por la atención de los padres y los mayores se creían con el derecho de mandar sobre los menores. En muchos casos los menores heredaban la ropa de los mayores. Los más vivos y madrugadores lograban bañarse con agua caliente, a los demás les tocaba con agua fría. Las hermanas y la mamá siempre quejándose de nosotros los hombres de la casa que olvidábamos subir la tapa del sanitario cuando expulsábamos de pie la orina. Lograr la ventanilla en el carro era otro motivo de conflicto. Al llegar del colegio, la mamá estaba pendiente del cumplimiento de las tareas escolares antes de salir a jugar con los amigos.

 Y, por supuesto, había familias que tenían mascotas, perros y perras, sobre todo. No muchas. La mayoría, criollos. El nombre de los más conocidos que deambulan libres por las cuadras del barrio:  Kaiser, Gufy, Moritz, Blacki, Kuki, Lassie, Besty, Tomy, Bikini y Paco. Eran mascotas mansas que no mordían, pero si hacían bulla con sus ladridos. Eran tratados y cuidados como mascotas, es decir como animales de compañía, y no como en el presente, como “perrijos”. Eso sí, de vez en cuando, llegaba un camión jaula del municipio a recoger los perros que encontraba en las calles para llevarlos al “Coso Municipal” y después tocaba ir a su rescate.     

 De manera armónica fluía y se entrelazaba la vida cotidiana de barrio con la vida familiar. Lo público con lo privado. Existía sentido de pertenencia a lo local, integración, participación y vida comunitaria entre sus habitantes. Nunca, que se sepa, se presentaron riñas entre las familias ni peleas entre los vecinos. Viciosos declarados no había. Lo más grave era reunirse y fumar a escondidas de los padres. El entorno fue siempre muy seguro y sano en las tres décadas en que Provenza fue un barrio predominantemente residencial.

 La transformación de Provenza en Zona Rosa de la ciudad

 Las ciudades, construcción humana, a semejanza de las personas y las familias, las va definiendo, configurando, transformando y cambiando el curso histórico de su existencia. Las autoridades, las normas urbanísticas, su antigua y nueva población, nativa o migrante, determinan que espacios de su territorio deben conservarse como patrimonio arquitectónico de una época determinada y cuales otros están sujetos a los intereses, necesidades, nuevos usos y dinámicas inmobiliarias. El resultado: una variedad de hábitats, de entornos, de socio-diversidad y, también, como no, de lugares de segregación marginalidad, pobreza socioespacial entre sus habitantes.  

 En la medida que los hijos e hijas fueron creciendo y llegando a la edad adulta y alcanzando su autonomía de su familia de origen, los padres se fueron quedando solos y grande les empezaron a parecer sus casas. En el inexorable curso de la vida el nido familiar se fue quedando vacío y las casas empezaron a venderse para nuevos usos no habitacionales. Con él dinero de la venta los padres se fueron a vivir a apartamentos en unidades residenciales. Este proceso histórico e irreversible, de cambio urbano, cultural y social comenzó primero en el barrio Lleras, más antiguo que Provenza, como ya vimos, haciendo del Lleras la primera Zona Rosa de Medellín. En Provenza el cambio inicio a principios de los años noventa del siglo XX.

 Con el cambio del uso del suelo y las reformas arquitectónicas de las antiguas casas surgieron los primeros negocios y con ellos llegaron, además, otros propietarios, los clientes de otras zonas de la ciudad y  después los extranjeros hasta no quedar ninguna de las familias de antes.

 Pasados los años turbulentos del poder de las mafias y del narcotráfico, Medellín se fue posicionando a nivel nacional e internacional, como una ciudad de eventos, congresos, ferias y de turismo. De esta forma el Lleras y Provenza se fueron llenando de boutiques, barberías, salones de belleza, gimnasios, cafés,  bares, restaurantes, discotecas, sitios de rumba, con precios caros, hoteles y hostales para el creciente número de turistas extranjeros y nacionales, en particular para jóvenes mochileros, a la vez que generaban empleo y ganancias para sus propietarios y arrendatarios. Algunos de esos mochileros se quedaron a vivir en Provenza al establecer sus propios hostales.

 Algunas Zonas Rosas del mundo, no todas, son víctimas de su propio invento pues al concentrar visitantes de altos ingresos esos sitios de las ciudades se convierten en centros de mendicidad, prostitución, de explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, de mercado de drogas, de delincuencia, de ruidos, de congestión, de falta de parqueaderos, de acumulación de basuras y de suicidios de los mochileros/as por sobredosis de droga en los hostales. La contaminación de la quebrada La Presidenta, donde solíamos pescar en la infancia, como depósito de basuras y fuente de males olores Problemas que nunca existieron cuando Provenza era residencial, por cuanto los vecinos cuidaban la quebrada.  

 El cambio del uso del suelo en Provenza y la movilidad social y residencial de sus habitantes era inevitable. Pero, se, hizo sin planeación, sin ordenamiento, sin control de las autoridades municipales, sin reglamentación alguna. De ahí las negativas consecuencias que tratan de remediarse con el control y vigilancia de las autoridades del municipio y de policía, y la creación de una Corporación sin Ánimo de Lucro que reúne a los comerciantes locales para el mejoramiento y seguridad de la Zona Rosa, que se precian, se ufanan del título de Provenza como una de las calles de moda, más atractiva y más “Cool del mundo”. Tan Cool que la cantante y compositora colombiana, de reconocimiento internacional Karol G le dedicó a Provenza una canción con su nombre.

(Muy Cool y todo, pero en Provenza sobran las quejas por basura y descuido. 30/03/2023. Periódico El Colombiano).

 Sin familias residentes, sin población fija, otras son las personas, grupos, que hoy circulan en ese territorio, hoy dedicado al turismo, al consumo, al ocio, al placer, a la rumba, la parranda y  la diversión colectiva. Entonces, sucedió lo inesperado: un territorio local, parroquial se convirtió en un territorio internacional, global.

 ¿Qué queda como marcas urbanas, como referentes visibles de esa época anterior en Provenza? Queda el trazado original,  las ocho manzanas con sus cuadras, sus calles, carreras, sus quebradas, la cancha de básquet, el templo de la Divina Eucaristía y los bellos y frondosos árboles de acacias amarillas que proporcionan su agradable sombra a los transeúntes, árboles que el Vivero Municipal sembró a mediados de los años sesenta y que cuidamos con esmero. Ellos han sido testigos silenciosos del cambio radical y vertiginoso que sucedió en Provenza.

 En 1969 falleció mi madre. En 1976 falleció mi padre. En 1988 me fui de Provenza. En 1992 vendimos, nuestra casa. Casa que hoy ya no existe porque en su lugar edificaron un hotel de tres pisos.

 Escribo esta crónica porque sentía el deber, el deseo imperioso de hacerlo. De dejar, como escribí, al principio, una constancia documentada de la vida de barrio y en familia de mi querida Provenza. Los turistas y visitantes de la actual Zona Rosa de Provenza, no saben de la historia de lo que allí aconteció en los años de las décadas de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del pasado siglo. Solo aquellos/as que tuvimos la oportunidad y el privilegio de vivir, de crecer ahí, en ese vecindario tan agradable, evocamos en nuestros recuerdos los momentos, las vivencias, las felices remembranzas de esos ya lejanos tiempos. Se suele decir que una persona puede ser feliz sin tener plena conciencia de ello. Cuando repaso, miro con espejo retrovisor, desde la distancia, las primeras décadas de mi vida en que viví en Provenza, siento, percibo, que allí fui muy feliz en compañía de mis padres, de mis hermanos y de los amigos/a. Y, cuando por algún motivo o circunstancia me veo en la obligación de volver a recorrer las calles, las cuadras, las manzanas de la Provenza de hoy, me embarga la nostalgia, la tristeza; y no me queda más que salir muy rápido de allí, donde, para mí, todo tiempo pasado sí fue mejor.

 Rionegro,  25 de marzo de 2023


REGISTRO FOTOGRÁFICO DE EL POBLADO Y EL BARRIO PROVENZA

 

 

 

El parque de El Poblado, principios del siglo XX y la iglesia parroquial de San José, construida en adobe macizo rojo, a la vista.. Foto: Alcaldía de Medellín.

 

 


 Interior de la nave central de la iglesia de San José de EL Poblado. www.medellinliving.com

 

 

Foto aérea de la cabecera de El Poblado, a principios de la década de 1960. En la izquierda superior de la foto las manzanas que conforman el barrio Provenza. Después el barrio Lleras y su parque. Más abajo, a la izquierda el colegio Palermo de San José.  Aún no se había levantado el templo parroquial de Provenza. En la parte superior la finca Vizcaya, hoy Fundación Hogar Gerontológico Vizcaya. Todavía no se habían construido la avenida Las Vegas, la vía Regional, ambas paralelas al rio Medellín, ni el Politécnico Jaime Isaza Cadavid, ni el Instituto Nacional de Educación Media Diversificada INEM, ni los Almacenes Éxito.

Foto aérea de Gabriel Carvajal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Monumento alegórico de la fundación de El Poblado de San Lorenzo de Aburrá el 2 de marzo de 1616, por el oidor y visitador español Francisco Herrera Campuzano. Foto: www.foursquare.com

 

 

Panorámica de la comuna de El Poblado tomada desde el cerro Nutibara, a mediados de los años sesenta del siglo XX Foto:  Archivo Fotográfico de Medellín.

 

  El antiguo granero El Social. Foto: www.lopaisa.com

 


El Social de hoy en la Zona Rosa. Foto: www.vivirenelpoblado.com

 

 

  

 

 Finca Vizcaya, hoy Fundación Gerontológica Vizcaya. www.hogarvizcaya.com

 

Foto: www.vivirenelpoblado.com

 


 El templo de la parroquia de la Divina Eucaristía en el barrio de Provenza, carrera 36 

Foto: www.vivirenelpoblado.com.

 


Los buses de El Poblado. Foto: You

 

Acopio de la Flota de Taxis Bernal en el parque de El Poblado, desde 1952. Foto: Flota Bernal 



“Tranvía en la carretera frente a la finca San Fernando, hoy San Fernando Plaza – Milla de Oro, en la década de 1940. La línea del tranvía eléctrico que comunicó a Medellín con El Poblado llegó al sector en el año 1925 y al club Campestre en 1927”. Autor: Jorge Obando. Memoria Visual de Medellín.





  

Carros de bestia de Proleche que vendía leche pasteurizada y en envase de vidrio en los barrios de Medellín como Provenza. Foto: www.flicker.com

 


 

 

 

 Las Olimpiadas de El Poblado. www.vivirenelpoblado.com

 

 


En nuestra casa de Provenza, con nuestra madre Celmira Rodas de Salas (+) y los hermanos: Sergio, Jorge, Marisa y Luis Julián. Año: 1962.Álbum familiar.

 


Los hermanos Salas Rodas: Luis Julián, Mauricio, Jorge Alberto, Marisa, Sergio y la abuela materna Matilde Zuluaga. Año: 1966.  Álbum familiar. 

 

 Los hermanitos alemanes, vecinos de al lado, en la carrera 27 A, hoy carrera 34. Año:  1963.

 

En el antejardín de nuestra casa de Provenza reunido con mis hermanos y los niños/as vecinos alemanes. Año: 1963.

 



 Con amigos de la cuadra: Julio Restrepo, Ricardo Salazar, Jeffrey (estadounidense) y Mauricio Correa.  Año: 1968. Foto: Luis Julián Salas Rodas.



Juan Ignacio Correa y Banny, en bicicleta, hermano mayor de Jeffrey, Año: 1968. Foto: Luis Julián Salas Rodas.


Esperando el bus del colegio Infantil de San Ignacio: de izquierda a derecha. Sergio Salas, Andrés Escobar, Jorge Salas, Jorge Mario Valencia: atrás: Ricardo Salazar, Luis Posada, adelante: Juan Correa, Mario Salazar. Año: 1967. Foto: Luis Julián Salas Rodas.




Con los amigo y amigas de la cuadra festejando en nuestra casa de Provenza. Año: 1987. Foto: Luis Julián Salas Rodas.


 

Nuestra casa en Provenza, en la carrera 27 A, hoy carrera 34. Año: 1970.                              Foto: Luis Miguel Salas Bermúdez

 

 

  El hotel In House, de tres estrellas, en la carrera 34, de la Zona Rosa, justo en el lugar donde quedaba antes nuestra casa familiar. Año: 2023. Foto:Luis Julián Salas Rodas.



 La carrera 34, antes 27 A, entres calle 8 y 7,  Provenza donde quedaba nuestra casa. A lado y lado se conservan aún los árboles carboneros de flores amarillas que se sembraron a mediados de la década de los años sesenta del siglo XX. Foto: Luis Julián Salas Rodas.


 

 Zona Rosa de Provenza. Foto: www.vivirenelpoblado.com



         Zona Rosa de Provenza. Foto: www.minuto30.com


                                      Foto: www.wikilc.com

   

Estado actual de la quebrada La Presidenta en contraste con la fotografía que mostró el alcalde Quintero con el texto: Provenza-Medellín. Fuente: Caracol Radio.

 

 

 Transformación urbana de la Comuna 14 de El Poblado. Foto: Memoria Visual de         Medellín

 

 


Antigua sede del Colegio Palermo de San José de El Poblado. Foto: periódico El Colombiano 


Proyecto de renovación urbana en los terrenos del antiguo Colegio Palermo de San José. 

Foto: www.vivirenelpoblado.com



 



 

La calle 10: eje vial principal de la zona central de El Poblado. Foto: Internet.

 

La calle 9, conocida como La Calle del Frito, cuyo nombre oficial es Francisco de Herrera Campuzano, oidor y visitador español. Foto:www.vivirenelpoblado.com

 

 

 

 

El parque Lleras en la actualidad. Foto: www.colombianews.com


   

Parque de El Poblado en la actualidad. Foto: www.colombianews.com