March 10, 2024

El Expreso del Sol: un viaje familiar en tren, maravilloso e inolvidable, entre Medellín y Santa Marta

 

 

El Expreso del Sol: un viaje familiar en tren, maravilloso e inolvidable, entre Medellín y Santa Marta


Por: Luis Julián Salas Rodas

  En alguno de los muchos libros que el filósofo español Fernando Savater ha escrito hay una frase que se me quedó grabada en mi mente:  la mejor herencia que los padres le podemos dejar a nuestros hijos son los buenos recuerdos. Muy cierto. Se dice que la memoria es la gratitud del corazón. El viaje en tren en el Expreso del Sol, de Medellín a Santa Marta, fue un gran regalo que nuestro padre nos hizo. Regalo que siempre se lo agradecimos. Esta remembranza del Expreso del Sol fue un buen motivo para recordar la vida de mi padre y su familia samaria de origen. 

  Con seguridad la lectura de esta crónica literaria evocara gratos recuerdos y reminiscencias a personas de mi generación, incluso mayores, que también tuvieron la oportunidad de viajar en familia o con sus amistades en el Expreso del Sol. Y para aquellos que no viajaron en él o nacieron después del fin de los servicios del Expreso del Sol la crónica los ilustrará de cómo se realizaba.  

  En 1962 se inauguró en Colombia el Expreso del Sol. Un servicio de tren de pasajeros entre las ciudades de Medellín, Bogotá y Santa Marta, esta última ubicada en la Costa Atlántica, a cargo de la empresa estatal Ferrocarriles Nacionales de Colombia, FCN.

   En 1969 , cuando terminaba de cursar quinto de primaria en el colegio San Ignacio de Loyola,   mi padre samario Luis Miguel y los hermanos, una mujer, Marisa y cuatro hombres: Juan Mauricio, Sergio, Jorge y yo, Luis Julián, honrado de tener el mismo primer nombre de mi papá.  El mayor de mis hermanos contaba con 15 años, el menor de 7 (mi madre ya había fallecido, muy joven, de 42 años de leucemia en el mes de febrero), hicimos el viaje de Medellín a Santa Marta, en las vacaciones escolares de diciembre, en el Expreso del Sol; viaje que tomó 24 horas. Íbamos ilusionados para visitar al abuelo paterno, las tías y a los numerosos primos y primas costeños. El tren partió a las 8:00 de la noche, puntual, de la estación terminal de Cisneros en el viejo sector de Guayaquil para llegar a Santa Marta al otro día, ya entrada la noche. (Eso si no se presentaban averías o contingencias durante el trayecto). 

   En el Expreso del Sol había dos clases de coches de los pasajeros:  primera y segunda clase. Nuestro padre nos compró tiquetes de primera clase que incluían: una cabina con puerta corrediza con cuatro literas, de color rojo, situadas frente a frente; sabanas y almohadas, muy limpias, baño con lavamanos y sanitario al final del coche. Los de segunda clase consistían de un pasillo central y un par de asientos a cada lado, también de color rojo. Nada de sillas ajustables, o sea que la columna vertebral de dichos pasajeros debía resentirse bastante. Las sillas carecían de apoyo para la cabeza. Los equipajes de mano se colocaban en el compartimiento arriba de las sillas. El vagón de equipajes estaba colocado después de la locomotora. Había, además, un coche restaurante donde se vendían bebidas, refrigerios y comidas. Mi padre nos había aprovisionado muy bien para el viaje. Llevamos agua embotellada, gaseosas en termos plásticos, fiambre y mecato. En esos tiempos no existía la tecnología digital para escuchar música que entretuviera el paso de las horas. Solo el placer de la conversación. En cada estación donde paraba el tren era menester bajarse a vigilar que los amigos de lo ajeno no se nos robaran las maletas del vagón de equipajes.

   El tren iniciaba su marcha bordeando las orillas del rio Medellín, se pasaba por los s del norte del Valle de Aburrá, Bello, Copacabana, Girardota, Barbosa para entrar en las vegas del río Porce, por Popalito, Santo Domingo, Pradera, Botero, Santiago hasta la estación del Limón, en la boca del famoso túnel de la Quiebra, de 3.5 kilómetros de longitud, terminado y puesto al servicio en 1929, fue dirigida por el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros. Cruzado el túnel, se llegaba al municipio de Cisneros, Guacharacas, San José del Nus, Yolombó, Caracolí, hasta arribar a Puerto Berrio, en el rio Grande de la Magdalena, el más importante del país.

   En Puerto Berrío el tren se detenía a esperar el que venía de la Sabana de Bogotá para engancharlo y así poder continuar hasta Santa Marta. Recuerdo que en el momento del enganche de los trenes me estaba tomando un vaso de manzana Postobón y lo fuerte del golpe hizo que se me regara la gaseosa en la camiseta y quedara toda empegotada por el resto del viaje. La espera duró tres horas.  Una vez realizado el enganche cruzamos el imponente puente de pontones de concreto y de estructura metálica sobre el rio Magdalena para tomar su margen derecha, ya en el departamento de Santander. Cimitarra era el primer municipio de ese departamento, situado en las selvas, aun inhóspitas y agrestes de los ríos Opón y el Carare, seguían los municipios de Barrancabermeja y Puerto Wilches.

   Pasamos luego al departamento del Cesar, por los municipios de San Alberto, San Martín, Aguachica, Gamarra, La Gloria, Pelaya, Tamalameque, donde en sus calles se decía que salía una llorona loca, Chimichagua, y sus playas de amor, Chiriguana, El Paso, Bosconia, El Copey  Continuaba el tren por los municipios del departamento del Magdalena, por el Banco, viejo puerto donde el maestro y cantante  José Barros decía que yacía dormitando la piragua de Guillermo Cubillos, con 12 bogas con la piel color majagua y el temible Pedro Albundia; después por los municipios de  Guamal, San Sebastián de Buena Vista, San Zenón, Santa Ana, Santa Bárbara, el Plato, la tierra del Hombre Caimán, que se iba para Barranquilla, que comía queso, comía pan y tomaba tragos de ron y era digno de admiración; Tenerife, Zapayán, Pedraza, Cerro de Santa Antonio, El Piñón, Pivijay luego por los municipios de la Zona Bananera, dejando las orillas del rio Magdalena,  de Algarrobo, Fundación y Aracataca, este último fue el lugar donde el escritor, Nobel de literatura, Gabriel García Márquez pasó,  en casa de su abuelo paterno el coronel, retirado, sin pensión de vejez,  Nicolas Márquez, combatiente de la Guerra de los Mil  Díaz, entre liberales y conservadores (1899 – 1902),  transcurrió sus primeros ochos años de su vida, en compañía, también, de su abuela Tranquilina Iguarán y sus tías. En dicho municipio existe el árbol de Macondo, que dio nombre al pueblo de la novela Cien Años de Soledad. De Aracataca seguían los municipios de Fundación y Ciénaga y, por fin, el anhelado destino final de Santa Marta.    

   Entre los municipios mencionados aparecían pequeños caseríos rivereños y calentanos con ranchos de paja: unos y techo de zinc otros, desde allí sus moradores nos saludaban al paso del tren agitando sus manos y los pasajeros extendían las suyas en respuesta amistosa. Sitios y poblados muy diferentes a los que conocía en mi natal departamento de Antioquia. A la salida y entrada de cada estación el maquinista del tren hacia sonar varias veces las cornetas. Todas las estaciones eran muy parecidas: constaban de  un largo edificio con piso de cemento, tipo bodega. con dos espacios, uno de sala de espera, con sillas de madera y un par de ventanillas para la venta de tiquetes y otro espacio para guardar equipajes y mercancías. Sobre el andén principal de abordaje pendía un ancho techo a manera de cobertizo y en la mitad del edificio, en altura, un gran reloj mecánico de engranajes, resortes y volante para indicar el paso de las horas. En cada parada, se agolpaban bajo las ventanas de los vagones grupos de vendedores/as que ofrecían variedad de frituras, dulces y frutas a los pasajeros en sonora algarabía

  Sentíamos calor, mucho calor húmedo se sentía por toda la región del Magdalena Medio y la Zona Bananera del departamento del Magdalena. carecíamos de  aire acondicionado. Solo un ruidoso ventilador en las cabinas de primera clase. El calor se aminoraba con unos abanicos de papel y al tomar el aire con la cabeza afuera por la ventanilla. En las curvas de la carrilera los vagones del tren se inclinaban generando chispas y un chirrido estridente con la fricción de las ruedas del tren con el hierro de los rieles.

   El vaivén continuo del desplazamiento de los coches por la carrilera acompañaba la modorra y el sueño frágil. Como ejercicios de estiramiento de piernas en compañía de mis hermanos caminábamos por los pasillos de los coches, de lado a lado. Veíamos todo tipo de pasajeros: familias con hijos pequeños, hasta de brazos, con cestos de comida, muchos   niños y niñas de nuestras edades. Además encontrábamos parejas de personas mayores y grupos de estudiantes de bachillerato en plan de paseo de grado. En esa época no se veían  fueron personas con mascotas caninas. bastantes fumadores, hombres y mujeres. No faltaban las pequeñas disputas con los hermanos por ocupar el espacio de las literas para descansar y los regaños del papá para calmarnos y poner orden.   

   Desde Fundación y Ciénaga podíamos ver las majestuosas estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, la montaña más alta del mundo a orillas de un mar. Alrededor de las 8:00 de la noche, después de recorrer 4 departamentos, 41 municipios y 850 kilómetros, cansados y muy satisfechos, el tren hacia entrada a Santa Marta donde nos esperaban nuestros familiares, el mar Caribe, su bahía, la más hermosa de América, con su morro emblemático y faro, las playas del Rodadero, las de Bahía Concha en el parque Tayrona, el paseo de olla a los baños del rio Bonda, el viaje a  la población de Minca, al inicio de la Sierra Nevada, y a Taganga, corregimiento de Santa Marta, en esas fechas todavía un típico pueblo de pescadores, al cual el Maestro Lucho Bermúdez le compuso un rítmico porro cuya letra dice: Taganga, que bello es, Taganga tierra de amor, Taganga bello su mar, Taganga embrujador, Taganga, lindo Taganga. La visita a la hermosa Quinta de San Pedro Alejandrino, donde el Libertador Simón Bolívar murió en 1830, a sus escasos 47 años de edad. Parodiando la conocida canción: Santa Marta, Santa Marta no tenía tranvía, pero si tenía tren y por sus olas no moría.

   Ya en Santa Marta se sucedían los encuentros y las visitas a las casas de nuestros parientes caribeños. El abuelo y dos tías tenían su casa a unos 50 metros del Paseo de Bastidas, a orillas del mar. Desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde, en el crepúsculo colorido de todas las gamas del rojo, del amarillo y del naranja, mis hermanos y yo pasábamos el día construyendo castillos de arena y nadando en el mar con flotadores de plástico. No existía el uso de bronceadores, ni protectores solares, ni gafas de sol, si acaso una cachucha, una toalla y el vestido de baño. Del cáncer de piel, por exposición excesiva y continuada del sol, nadie hablaba y menos de que lo estábamos incubando para nuestra edad adulta. Solo salíamos de la playa a al almorzar para luego regresar.  

 Disfrutábamos con gusto de la comida criolla costeña como la arepa de huevo, el mote de queso, el suero costeño, el enyucado, las caramañolas con carne molida, los bollos de yuca, de plátano, de maíz blanco, los jugos de níspero costeño, de sandía con jugo de limón, los raspados de hielo,  los ceviches con frutos del mar,  el sancocho de gallina con guarnición servida en hojas de plátano y, por supuesto, el infaltable plato con pescado frito, sierra, róbalo o pargo rojo, con patacones, limón, arroz con coco. bebíamos una helada gaseosa Kola Román. Todos platos deliciosos que nos preparaban las tías y los primos en sus casas. Comidas que no teníamos en nuestra casa del barrio Provenza, en el Poblado, de Medellín.

  Rechazábamos con nuestros hermanos comer huevos de iguana. Al papá si le encantaban. Los vendían en tenderetes en las calles amarrados y colgados con pitas. Para sacarles los huevos cazaban a las iguanas y las rajaban por el vientre con un cuchillo, sin anestesia, para extraerles los huevos y luego le cerraban la herida, con ceniza, tierra o aserrín para después dejarlas morir.  Algo horrible que aún se practica.  Para mi padre no era ningún problema. Hacia parte de una tradición cultural y sus gustos.     

   Al atardecer las tías y el abuelo abrían la puerta de la casa, sacaban las mecedoras momposinas para recibir la brisa marina al tiempo que saludaban a los vecinos y amigos del barrio, diciendo:  Adiós, adiós. El abuelo paterno se llamaba Jorge Salas Bustamante  y era descendiente de un español de las islas canarias que emigro a Cartagena y luego a Santa Marta a finales del siglo XIX era la encarnación viva del personaje de la novela corta de Gabriel García Márquez, Gabo, El coronel no tiene quien le escriba. El abuelo era delgado, de estatura mediana, canoso, de piel trigueña. Vestía, en toda ocasión, de pulcra camisa blanca, de mangas largas, pantalón de dril, color gris, del mismo color de su sombrero de fieltro. Cinturón de cuero negro como sus zapatos y medias blancas. Era pensionado de la Frutera de Sevilla, una empresa productora y exportadora de banano a Estados Unidos, filial de la United Fruit Company de los municipios de la Zona Bananera del departamento del Magdalena. Le tocó presenciar la llamada Matanza de las Bananeras en Ciénaga, en 1928, donde trabajó, además, un tiempo como oficial auxiliar de la estación del tren. Contaba el abuelo Jorge que una vez se encontró un fino maletín de cuero repleto de monedas de oro debajo del asiento, olvidado por un pasajero y él, hombre honrado, de manos limpias, se lo entregó a su jefe y éste, pies en polvorosa se voló con el tesoro y jamás se volvió a saber de él.  Una historia para no creer, de puro Realismo Mágico garciamarquiano. Solía decir que: No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad.

  El abuelo era también gallero de oficio, igual que el coronel de la novela. En el patio trasero del viejo caserón tenía 15 gallos finos de pelea, unos encerrados en pequeñas jaulas de anjeo y madera y otros amarrados con cabuya en las columnas. Nos enseñaba como se pulían sus espuelas. Animaban sus relatos el canto de los gallos  El canto de los gallos era constante, no solo al amanecer sino todo el día.

 El abuelo nos llevaba a presenciar las riñas de gallos a una gallera cercana a la casa a ver ganar o perder las apuestas de sus gallos colorados y saraviados. ¡Todo un espectáculo! Nadie mencionaba, entonces, el maltrato animal o la barbaridad de esta costumbre. Y en esas invitaciones el abuelo Jorge nos compraba dulces, helados y hasta billetes de un peso nos metía en los bolsillos del pantalón. 

  Para mí era una gran figura. Se casó en matrimonio católico y tuvo siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres con la abuela Isabel Bermúdez, quien murió de una pulmonía antes del invento de la penicilina, solía decir el abuelo. Al quedar viudo, tuvo otra relación sentimental de la cual se separó y engendró  otros cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres. 

  Esta es otra historia Algo parecido le sucedió a mi padre Luis Miguel, quien se casó en 1952, en primeras nupcias, con mi madre, Celmira Rodas, antioqueña, oriunda del municipio de la Unión. Egresada de la Escuela Remington, quien laboraba como secretaria en la firma Tracy y Compañía, importadora de maquinaria industrial. 

  En esos tiempos no era algo muy común en Colombia el matrimonio entre personas de procedencia de regiones tan distintas. Mi madre fue una mujer de rasgos finos en su rostro, cuerpo armonioso y piel muy blanca. Mi padre de piel muy trigueña. Al enviudar, se volvió a casar, en 1974, esta vez, con otra mujer paisa, Celmira Pulgarín Ochoa, del municipio de Venecia, con quien tuvo un hijo de nombre Cesar Alejandro. Madre y madrastra con el mismo singular y escaso nombre de Celmira. Curiosa coincidencia de la vida. Mi padre perdió su acento costeño, pero no su gusto y afición por la música tropical y en especial los vallenatos clásicos del Maestro Rafael Escalona que solía escuchar en la radiola de tubos New Yorker en la sala de la casa.

   A los 19 años mi padre, una vez terminado el bachillerato en el reputado Liceo Celedón de Santa Marta. donde fue el mejor bachiller de la promoción, lo apodaban la pequeña máquina, viajó a Medellín a estudiar en la recién creada Facultad de Ingeniería Química de la Universidad de Antioquia, la primera que se fundó en dicha universidad, donde fue el primer alumno graduado de ingeniero en 1949; hecho que lo hizo sentir muy orgulloso toda la vida. Sin familia en Medellín se sostenía dando clases de matemáticas en  el Instituto Central Femenino CEFA. Ya con el título se vinculó a trabajar en las plantas de producción de Cementos del Nare y Cemento Blanco de Colombia, en el municipio de Puerto Nare, corregimiento La Sierra, a orillas del rio Magdalena donde estuvo vinculado hasta 1968. Allí. también, en Puerto Nare, pasábamos vacaciones de diciembre cuando éramos pequeños y recuerdo haber visto caimanes y manatís en sus riveras. Mi padre, Lucho le decían sus hermanos y amigos, trabajó después en Cemento Argos, Cementos El Cairo y Tolcemento, en el municipio de Toluviejo, departamento de Sucre. Fue asesor en fábricas de cementos de Puerto Rico, Panamá, Perú y Chile. Era un reconocido experto en la elaboración de cemento.  Ninguno de sus seis hijos salió ingeniero. Yo, muy a su pesar y decepción, decidí estudiar Sociología en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. En 1976, cuando cursaba mi segundo semestre de carrera, a sus 54 años murió de un cáncer pulmonar.  

   Otro gran contador de historias era el tío Jorge, que apenas curso estudios de primaria quien siempre se ganó la vida como pescador con lancha propia de motor. Sabía de faenas de pesca, de corrientes marinas, de vientos, tempestades, de elaborar redes, de donde eran los mejores lugares para pescar, sabia el nombre de multitud de peces marinos, en todos sus tamaños, formas y sabores. Estaban, también el tío Leopoldo, que estudio Agronomía en la Universidad Nacional, sede Medellín, quien también casó con mujer paisa y se radico en Palmira, Valle con su familia. El tío Roberto fue ebanista y formó familia en Santa Marta Tenía su taller en su casa. Las tías, Nena, la mayor de ellas que permaneció soltera, Blanca la del medio y María Helena la menor, Ambas se casaron y tuvieron hijos. Hablaban con los mismos modos y giros costeños de los personajes femeninos de los cuentos y novelas de Gabo. Cuando íbamos con el papá a la playa de Bahía Concha, en el parque Tayrona, se podían ver por la carretera el revoloteo incesante de multitud de mariposas amarillas, como las que asediaban a Mauricio Babilonia cuando cortejaba a la joven Remedios, la Bella, quien ascendió virgen al cielo envuelta en sábanas blancas.  A los primos y primas les causaba mucha risa y hasta burlas el marcado acento paisa de sus parientes antioqueños, y a nosotros él hablado rápido y entrecortado de ellos.

   Esas vacaciones diciembre de 1969 fueron las primeras que nuestro padre y nosotros, sus hijos, pasamos sin la mamá. La extrañamos mucho. Cómo nos hubiese gustado disfrutar de su presencia, compañía, abrazos y besos. Para el papá fue muy reconfortante encontrarse y compartir ese tiempo con el abuelo y los hermanos samarios.

   Me he sentido muy afortunado de haber podido crecer en medio de dos culturas y sociedades muy diferentes: la costeña, por el lado de mi padre y la antioqueña por parte de mi madre. Una mezcla, una fusión entre la arepa de maíz y la arepa de huevo. Esa diversidad de creencias, costumbres, valores, modos de hablar y tradiciones le ha dado alegría, satisfacciones, color y riqueza al curso de mi vida.

  Este viaje en tren, cuando era apenas un niño de 11 años, con mi padre y mis hermanos, fue, pues, una experiencia inolvidable y maravillosa. El viaje de regreso a Medellín no lo hicimos en tren sino en u un jet Boing 727 de Avianca, época en la que aún era glamoroso y muy privilegiado subirse y volar en un avión. Gratas vivencias y recuerdos de mi infancia. Qué bueno sería para las nuevas generaciones el poder revivir y viajar en un tren como el Expreso del Sol de pasajeros entre Medellín – Santa Marta – Medellín. Una bella y entretenida manera de conocer la geografía, los paisajes, las regiones y la gente de Colombia.

Luis Julián Salas Rodas

Rionegro, Antioquia

9 de marzo de 2024

Fuentes bibliográficas:

Reminiscencias y memoria del autor

Fotografías del álbum familiar.

Mapas de los departamentos de Antioquia, Boyacá, Santander, Cesar y Magdalena

Imágenes de Internet

Wikipedia

  

REPORTE GRÁFICO

  


 El Expreso del Sol de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia - FCN

 Foto: Wikipedia

  


  Estación terminal de pasajeros de Cisneros en Medellín

 Foto: Wikipedia Commons

 


 Estación El Limón –Municipio de Cisneros - Departamento de Antioquia

 Foto: Turismo en Medellín


 Entrada al Túnel de la Quiebra antes de la estación El Limón – Departamento de Antioquia

Foto: Pinterest

 

 



Estación Cisneros – Departamento de Antioquia

Foto: Wikipedia


 



 Selvas del río Opón y el río Carare – Departamento de Santander

 Foto: Universidad de Boyacá

  


Barrancabermeja. Puerto fluvial y petrolero a orillas del río Magdalena – Departamento de Santander

Foto: Blu Radio

 



Estación de Aracataca – Departamento del Magdalena

Foto: periódico el Heraldo

 

 



Bahía de Santa Marta, el río Manzanares, a la izquierda de la foto, desembocando al mar Caribe, al centro y al fondo el morro y el faro, el puerto de buques y la masa rocosa de Punta Betín en al extremo derecho –Distrito de Santa Marta - Departamento del Magdalena

Foto: La Revista Actual

 

 


Bahía Concha – Parque Tayrona – Departamento del Magdalena

Foto: Alcaldía Distrito de Santa Marta

 

 



 Playa del Rodadero – Santa Marta – Departamento del Magdalena

 Foto: kayak


Taganga – Corregimiento de Santa Marta – Departamento del Magdalena

Foto: Wikipedia



Sierra Nevada de Santa Marta, con los picos Colón y Bolívar a 5.575 metros de altura – Departamento del Magdalena

Foto: Colombia Verde






Paisaje del corregimiento de Minca – Santa Marta – Inicios de la Sierra Nevada de Santa Marta – Departamento del Magdalena

      Foto: Dreamstime

 



 Charcos del río Bonda – Corregimiento de Bonda - Santa Marta - Departamento del Magdalena

 Foto: W Radio



 Foto: You Tube




                      Los abuelos paternos samarios: Jorge Salas Bustamante y Isabel Natalia Bermúdez Núñez

                                                                        

Mosaico de alumnos de sexto bachillerato del Liceo Celedón en 1942. Foto de mi padre Luis Miguel, primera foto de izquierda a derecha. De lo 28 graduados solo una mujer.




Recorte de prensa: periódico El Colombiano





 Foto de mis padres, el de 26 años, ella de 24, en el día de su matrimonio, 1952

 Foto: álbum familiar


Fotos: álbum familiar

 

 


Foto: carátula de un disco – Corregimiento La Sierra – Municipio de Nare


Puerto Nare- Departamento de Antioquia - Río Magdalena

                                                                           FIN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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