April 26, 2016

Entre el final de la madurez y el principio de la vejez: memorias y reflexiones de un pre-jubilado


ENTRE EL FINAL DE LA MADUREZ Y EL PRINCIPIO DE LA VEJEZ: MEMORIAS Y REFLEXIONES DE UN PRE-JUBILADO

Por
Luis Julián Salas Rodas
Sociólogo
Especialista y Magíster en Ciencias Sociales
Magíster en Ciencias de la Educación
Ex-Director Ejecutivo de la Fundación Bien Humano
Luijus34@gmail.com


La vigésimo segunda edición del diccionario de la de la Real Academia Española  da, entre otras, las siguientes acepciones al concepto de generación: “Conjunto de todos los vivientes coetáneos”. “Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas, y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos”..

Las generaciones son la confluencia de factores biológicos, sociales y culturales que determinan cohortes de intereses y características comunes.  Los hermanos, los compañeros de clase en el colegio hacen parte de nuestra generación.  Son Los sicólogos sociales y los mercadólogos  quienes más han insistido en investigar esos intereses y características comunes, con el triple propósito de incrementar nuestros hábitos de consumo, hacernos gastar los ahorros y mantenernos endeudados; para ello nos han clasificado en cinco tipologías, así:

Generación del silencio: nacidos entre 1925-1945

Generación de los Baby Boomers: nacidos entre 1946-1964

Generación X: nacidos entre 1965-1979

Generación Y o Generación  Milenios: nacidos entre 1980-2000

Generación Z:   nacidos del  2000 en adelante

Que los seres humanos podamos agruparnos y convivir en generaciones lo evidencia este feliz encuentro de amigos y amigas donde representamos las tres primeras generaciones; pero así como las generaciones se encuentran también pueden no encontrarse y surgen las brechas generacionales. Brechas de ese tipo hallamos en la familia y en los espacios laborales, educativos  y públicos. De 20 años entre una y otra generación hemos pasado a períodos de 10 años. Y como van las cosas llegaremos pronto a períodos de 5 años entre una y otra generación. Las brechas se acortan en años pero se profundizan en  mentalidades, creencias, actitudes, valores y comportamientos radicalmente contrapuestos entre las generaciones. No se trata de afirmar que generación es mejor que otra sino en reconocer y aceptar que son diferentes porque corresponden a épocas distintas, a contextos sociales, culturales y tecnológicos diferentes, no comparables. Como se dice por ahí “los hijos pertenecen más a la generación de sus pares  que a la generación de sus padres”.

Pertenezco, como no, a la generación de los Baby Boomers, marcados por la Guerra Fría, los casetes y los acetatos de vinilo. Comprometidos con el trabajo, orientados al logro, a la búsqueda de la independencia, la seguridad, la certidumbre y las tradiciones y con posición económica asegurada. Ubicados en la sutil frontera entre final de la madurez y el principio de la vejez, o sea ya jubilados o pronto a jubilarnos y con preocupación creciente por los sucesos inexorables de la enfermedad, la vejez y la muerte. Dice, también, el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que la madurez es “el período de la vida en que se ha alcanzado la plenitud vital y aún no se ha llegado a la vejez”.  La madurez se asocia al buen juicio, a la prudencia, a la sensatez; pero no siempre la edad cronológica coincide con la madurez: hay jóvenes responsables como hay adultos inmaduros. Parto del juicio de que en mí caso si coincide la edad cronológica con el período final de mi madurez.  De la vejez que se avizora, por el momento, mejor no hablar…
      
A mis, 26 años, recién cumplidos, ingresé a la Fundación Bien Humano. Cuando repaso las fotos de entonces veo a un joven delgado, con abundante cabellera negra, profusa barba y piel lozana. Me veo, sin presumir, que era hasta bonito. Hoy ante el paso de los años soy ya merecedor de la amable deferencia de las mujeres jóvenes que me  ceden su puesto en el metro.  Favor que acepto siempre con verdadera humildad, entendiendo por humildad la conciencia de mis propias limitaciones y debilidades. También soy blanco de los repartidores callejeros, del centro de la ciudad, que pregonan y reparten volantes ofreciendo crédito para jubilados. Siempre he pensado y dicho que una persona tiene tres edades: la que figura en la cédula de ciudadanía, la que uno siente que tiene y aquella que los demás le ponen, y es por ésta última que las mujeres me ceden el puesto y en la calle me ofrecen acceso al  crédito y compra de las deudas.

29 años de mi vida, cinco como profesional tallerista y 24 como director ejecutivo ha transcurrido en esta noble y muy querida fundación; en sentido estricto la mitad de mis 58 años de vida. En estos últimos meses, con ocasión del anuncio de mi retiro, he reflexionado las razones del porqué de tan larga  y continua permanencia. Los Baby Boomers nos identificamos con la aspiración de un trabajo estable y continuo en una misma organización, y en pensar y planear la jubilación desde la edad de adulto joven. A diferencia de los milenios y la generación Z que gozan y viven el presente despreocupados por tiempos futuros.

A  los Baby Boomers nos tocó ser migrantes digitales y no nativos como sí lo son los Milenios y la Generación Z. Al llegar a la dirección de la Fundación no habían computadores, solo unos teléfonos fijos, una calculadora eléctrica, una máquina de escribir Olivetti, esas de notaría, y una máquina eléctrica de escribir IBM para uso exclusivo de la secretaria, quien pasaba las notas e informes; Aún se escribían y enviaban telegramas vía Telecom; el presupuesto anual de ingresos y gastos lo realizaba con calculadora en papel cuadriculado doble pliego, con regla y dos lápices: el negro y el rojo. ¡Pura carpintería! Encima del escritorio, hoy cubículo… que palabra tan fea, siempre había un tarrito con muchos lápices amarillos afilados, el sacapuntas al lado, porque escribíamos a mano  La llegada del primer computador fue todo un acontecimiento institucional. Tocó empezar a lo Coquito la alfabetización digital la cual confieso, con humildad y sin pena, no ha culminará. Las presentaciones se hacían en pliegos de papel periódico, con marcadores, los cuales se enrollaban, se cargaban bajo el brazo, para luego desplegarlas, sujetadas con ganchos metálicos, en un trípode de madera inestable, sometidos a la ocurrencia de la descolgada de los pliegos de los ganchos o la caída estrepitosa del trípode. Todo un desastre. Escasos y caros eran los retroproyectores de acetatos. No existían los videos, sólo filminas. Muy reciente fue la llegada del power point y el prezi para descrestar en las presentaciones que caben en una pequeña memoria USB. ¡Una maravilla!  Todo esto que fue realidad para mi generación hoy es arcaico y risible para los milenios y la generación Z. La ventaja que tenemos los Baby Boomers sobre las dos últimas generaciones es que podemos vivir en lo mejor de dos mundos: el análogo y el digital.  Por ejemplo: no necesitamos de las presentaciones virtuales para dar una conferencia o dictar una clase, y a diferencia de los teléfonos celulares donde, a todo tiempo, se caen las llamadas, en los viejos teléfono fijos de malaquita negra nunca, que sepamos, se nos caían las llamadas o teníamos que volver a marcar o reiniciar una llamada.  Otro ejemplo: podemos leer libros virtuales en pantalla sin dejar nuestra querencia por el libro físico por el tacto, el olor al papel, a las bibliotecas.   

Hoy es impensable el trabajo sin el concurso de la informática, los computadores, los imprescindibles asesores en sistemas, los celulares, las redes sociales y el internet. Se va la energía eléctrica o cae la red y de inmediato  el trabajo se detiene, colapsa.  Nos volvimos adicto-dependientes del hardware y el software en todos los aspectos de la vida, no solo el laboral. La tecnología siempre se impone y estériles resultan los intentos individuales de oponerse al cambio.

Los Baby Boomers ya casi no recordamos como, con las uñas y pocas herramientas, hacíamos el trabajo que había que hacer. La tecnología y el desarrollo de las comunicaciones nos ha facilitado la vida diaria; también ha creado nuevos problemas pero no sustituye en el campo social el trabajo directo con las comunidades, el cara a cara, la “tirada de infantería”, la presencia en el terreno, el compartir el tinto, gaseosa, el pan y el tamal con la población de los barrios y veredas. La realidad virtual  no remplaza la realidad real y menos en el trabajo social con la gente.  Antes que excluyentes deberían complementarse más  La paradoja de las llamadas tecnologías de la información y comunicación TICS, es que acercan a los lejanos y distancian a los cercanos. Lo mejor de ser un Baby Boomers, obvio hay excepciones, es que podemos conectarnos y desconectarnos sin entrar en situación de pánico ansioso. Podemos estar departiendo en una tertulia con los celulares apagados lo que es imposible para los milenios y la Generación Z.  Es la diferencia entre tener amigos de verdad y no solo contactos mediáticos. Y a medida que envejecemos los amigos, los de siempre, pasan a ser muy pero muy importantes. ¿Acaso seremos la generación de Baby Boomers  los últimos militantes idealistas que dedican su vida laboral y profesional a una sola institución?  Lo que si es cierto es que el calor de una pantalla digital no se equiparará, nunca, al calor de un ser humano de carne y hueso. 
          
No voy a negar que algunos motivos de mi larga permanencia obedecen a la certeza y tranquilidad que da un trabajo estable y a término indefinido,( en una sociedad donde este tipo de modalidad laboral no es un derecho  sino un escaso privilegio de una minoría), a las rutinas preestablecidas y al confort monótono pero seguro que nos ofrece la cotidianidad. Todo lo anterior es cierto, como también lo es, en mi caso, que tanto el cargo de profesional tallerista como el de director ejecutivo me dieron la oportunidad de ejercer a plenitud mi amada profesión de sociólogo. Profesión elegida que le causó mucho llanto y decepción a mi padre, el cual su muerte prematura no me dio la oportunidad de demostrarle lo equivocado de su juicio y la sin razón de su tristeza.

Las grandes transformaciones colectivas de una sociedad no la hacen, como todavía ilusamente creen, oenegeros y ONG mesiánicas. No. Los verdaderos y durables cambios de una sociedad ocurren por la educación, la  formación, la movilización  y la actividad política de la ciudadanía. Lo que sí está al alcance personal e institucional, de onegeros y ONG, es proporcionar, a nivel micro, cambios positivos de actitud y de comportamiento que mejoren la calidad de vida y el ejercicio pleno de los derechos de determinadas personas, familias y comunidades; Las ONG no están para disputar el poder político del Estado y los partidos, ni tampoco para competir con el sector privado en la generación de utilidades, ni mucho menos para enriquecer o dar prestigio y estatus a sus directivos. Las verdaderas ONG se crean para fomentar valores como la  solidaridad, la cooperación, la justicia y la equidad; tal como hemos podido comprobar en el cumplimiento misional de la Fundación Bien Humano durante sus 82 años de vida institucional. Para reafirmar lo dicho retomó esta vivencia personal que relaté en el discurso de la celebración de los 70 años de la Fundación y que guardo para siempre en mi memoria:

“Al tercer año de mi vinculación a la fundación, cuando era  profesionales tallerista, empezaron las dudas, las vacilaciones acerca del sentido y la utilidad de mi trabajo educativo, promocional y preventivo con los padres y madres de familia.  Todos los viernes, durante 4 meses debía dictar un curso, de tres a cinco de la tarde, en un precario salón comunal, en el sector de la Avanzada, en la comuna nororiental de Medellín, Allí donde el viento aún se devuelve, 20 minutos a pie por unas empinadas y peligrosas escaleras, desde el barrio Santo Domingo Savio y luego de una hora y cuarto de recorrido en bus desde el viejo Guayaquil. Ni en la imaginación más visionaria estaba la idea de que algún día la distancia sería acortada en tiempo por el servicio de un metrocable.  Los viernes en la tarde, precisamente, se agudizaba la crisis y el deseo de renunciar.  Al final del cuarto mes, al terminar una sesión del curso se me acercó un niño, de aproximadamente 10 años, el cual había esperado a que yo estuviera solo, a darme las gracias.  Le pregunté gracias porque o de que y el me respondió: Profe, es que  desde que mi mamá asiste a sus clases ya  me quiere más, porque ya no me grita ni me pega y yo vi que ella cambio mucho gracias a sus clases…” Sobra decirles que mis dudas se esfumaron en el acto; que allí con el testimonio libre y espontáneo de ese niño comprendí que mi trabajo en la fundación tenía sentido, que valía la pena el esfuerzo del viaje en bus, de la subida y bajada a pie por esas tortuosas escaleras (y en esa afortunada  ocasión la felicidad fue mayor por cuanto el niño me acompaño a tomar el bus de regreso por las desalineadas escaleras). Lo maravilloso fue que había logrado cambiar la relación agresiva de una madre con su hijo, Había hecho posible la felicidad y el bienestar de un niño”.  Y hoy les confieso, después de tantos años, que en los inevitables y recurrentes momentos de soledad y desesperanza como director, traía a mi mente la sonrisa, la cara alegre de ese niño para animarme, para continuar la tarea, para recargar energías y no desfallecer en el desempeño del cargo.

Comprobé que el cambio humano si era posible si partía del conocimiento de la realidad, de los  principios esenciales, de un adecuado proceso en el tiempo, de una convicción ética. Pude evidenciarlo también con la realización del proyecto de alfabetización de adultos: Leer y Escribir la Realidad para Ser Libres, mi ferviente apostolado, donde el propósito no era sólo restituir el derecho negado a la educación sino, además, reparar la injusticia de la exclusión personal, familiar y social al restablecer el valor de la dignidad humana al iletrado. Alfabetizar a un adulto es hacer efectiva la ciudadanía  y ese logró lo alcanzaron 2.300 personas mientras estuve como director. Transcribo algunos de sus testimonios

“Ya aprendí a leer y a escribir, ya no me dejo tumbar de la señora de la señora cuando me apunta lo fiáo  y me hace la cuenta”-

“Ya puedo pasar más tiempo con mis nietos, porque ya me los dejan, porque ya les puedo ayudar con las tareas, porque estamos en el mismo grado”.

“Ya sé que dice un papel que tengo que firmar, es más ya sé firmar y eso me daba mucha pena”.

“Ya puedo moverme en el centro y salir porqué sé que dicen los buses”.

“ya no peleo tanto, ni grito tanto a mis hijos porque aprendí a hablar con ellos y a solucionar las cosas por las buenas”.

“Ahora ya voy a participar de las elecciones de la junta de acción comunal del barrio y hasta de pronto, vaya a la escuela a votar por el alcalde”

Desde que aprendí a leer y a escribir me matriculo en todos los programas que llegan al barrio: cursos de cocina, croché, decoración de fiestas y piñatas”

Ya aprendí a leer y a escribir, por fin puedo leer la Biblia sin tener que rogar a nadie para que me ayude”.

“Ya puedo hacer los derechos de petición para que me den la ayuda de desplazados, ahora ya si me llegará a tiempo”. 

Ante la evidencia conmovedora de estos testimonios están de más  los costosos estudios de impacto que la academia y los calificados expertos  imponen a los proyectos de intervención social como prueba del cambio.  Al dar la oportunidad de alfabetizarse a un  padre o a una madre no solo se elevan su nivel educativo, mejoran con ello la posibilidad de tener mayores ingresos, es otra la imagen y valoración de su desempeño ante los hijos; como  es otra la valoración de la importancia de  la escolarización de los hijos en vez de vender confites en las esquinas.

La tarea de restituir el derecho a la educación a la población adulta mayor de 15 años en el país es aún inconclusa.  En Medellín, la ciudad más innovadora del mundo, hay todavía cerca de 90.000 iletrados, en el resto del departamento de Antioquia son 250.000 y en Colombia alrededor de 3.000.000. Una total vergüenza para el Estado y la sociedad colombiana.  En Colombia no es solo la infancia quien sufre desnutrición, abandono y maltrato por parte de las familias y la sociedad; también padecen de estos males miles de adultos mayores.  Así como existe la brecha generacional, la hay, además, entre la realidad y el Estado Social de Derecho promulgado en la constitución política para todos los grupos poblacionales.
   
Y así podría relatar testimonios de cambios positivos en proyectos como el de Familia Siglo XXI, hacia la construcción de una vida diferente; desactivación de la agresividad intrafamiliar, somos familia, Con-sentimiento: prevención de embarazo en adolescentes; convivencia y democracia en la escuela, laboratorio pedagógico de familias y, mi otro apostolado,  la creación del fondo de empleados de las ONG  FEDONG, que ha permitido extender los beneficios del ahorro y crédito a los empleados y sus familias, dejando de ser, las entidades afiliadas al fondo, “farol de la calle y oscuridad de la casa”. Paradoja de las organizaciones sociales que dedican todos sus esfuerzos y atención al servicio de las comunidades y descuidan, poco les importa la calidad de vida de sus empleados y sus familias-

La posibilidad de incidir en el cambio, de acompañar, de empoderar, de aportar al cambio en las condiciones de vida de la gente es la razón de ser de las organizaciones del sector social.  Y cuando uno ha elegido una profesión social y humanística lo que uno busca, amén de conseguir un medió de vida legal y digno, un salario en dinero, es también percibir un salario emocional, es tener la oportunidad de ver, de sentir que se concreta y que permanecen los efectos positivos del cambio en las personas, familias y comunidades. Me llevo la satisfacción, el sano orgullo de haber hecho posible una mejor vida para la gente en el cumplimiento de la misión institucional de la fundación. Guardo en mi memoria el ejemplo de vida de muchos colegas, directores y directoras de ONG, quienes trabajaron con vocación, mística, entusiasmo y profesionalismo al frente de sus instituciones.

En el balance personal de pérdidas y ganancias de mi paso de 29 años en esta fundación pesan más los buenos recuerdos, los momentos de logro al vencer obstáculos y dificultades.  Me llevo, además, la amistad y el reconocimiento de personas como ustedes, que en este largo camino han compartido ideales, esfuerzos, logros, causas pérdidas, enojos de impotencia y frustraciones de resultados no conseguidos.  Muchas veces quise  tirar la toalla ante el nudo de los problemas pero siempre venía un soplo animante para superar los escollos y persistir. En este balance final las ganancias fueron superiores a las pérdidas.  Buenos, muy buenos recuerdos almaceno en mi memoria, los cuales  espero que en el avance de mi vejez el mal del alzhéimer o la demencia senil no llegue a quitármelos.

Permanencia y cambio  son factores claves en la sostenibilidad de una organización. Permanencia de los ideales, de los principios, de la buenas prácticas, de las lecciones aprendidas, de la coherencia programática, de la reputación institucional; cambio para enderezar el rumbo, para conocer otras miradas, otras experiencias, para emular a los que saben, para no perder vigencia.  El cambio por el cambio no es sostenible, la permanencia por la permanencia es la muerte.  Es mal indicio cuando un director se vuelve defensor de su obra, cuando no quiere ya salir de su zona de confort, cuando elude nuevos retos. Se perjudica  él y perjudica la organización. Y para no llegar a esta situación tan perniciosa es menester el cambio, el retiro a tiempo.

Me voy con la certeza de percibir en la conciencia colectiva de la sociedad colombiana la importancia de reconocer y generar acciones para el fortalecimiento de las familias como actor social, como sujeto colectivo de derechos y principal agente de formación del ser humano. Conciencia colectiva que percibía como débil o inexistente hace 29 años.  He sido testigo de los cambios en la ley y en la cultura, de las transformaciones en las tipologías, estructura y funciones de las familias, baste citar el reconocimiento jurídico del matrimonio igualitario y la adopción por parejas del mismo sexo.  Por fin, de los fines, ya se comprende que no es posible atender y trabajar solo con niñas, niños,  y adolescentes sin el concurso y compromiso de las familias; que el mandato constitucional de la corresponsabilidad entre el Estado, la familia y la sociedad es imprescindible para el bienestar y el desarrollo de todos los grupos y minorías poblacionales. Y si la familia es imprescindible lo es también el trabajo presente y futuro de la Fundación Bien Humano.  Los jóvenes milenios y los adolescentes de la generación Z sí que la requieren…
   
Me voy con la convicción de que cumplí e hice cumplir, con celo amante,  los principios orientadores de la misión institucional de la fundación:

  • El respeto a la dignidad humana
  • El respeto por la diversidad sociocultural de las familias  y comunidades
  • La valoración del saber y la experiencia de los participantes
  • La opción preferencial por la población más vulnerable
  • La coherencia, ética y transparencia en la gestión organizacional
  • La autonomía  programática y conceptual
  • La búsqueda del trabajo interinstitucional y en alianza
  • La calidad de vida y el desarrollo humano de sus empleados y familias.                   

Las despedidas formales son la oportunidad de practicar la virtud del agradecimiento. Con el riesgo de omitir personas quiero manifestar,  reconocer  la confianza y el apoyo de aquellos que  creyeron en mí, en mis capacidades, que me dieron su mano: A Inés Elvira Gautier Restrepo, quien como jefe abrió la puerta para mi ingreso en la fundación. Al doctor Juan Guillermo Jaramillo, presidente de la junta directiva, por su genuino interés en el bienestar de las familias; a Fernando Restrepo, Marco Antonio Arango y Ricardo Gómez, compañeros de pupitre del colegio y de  junta directiva,  quienes, como yo, hacen profesión de nuestro espíritu ignaciano; a Andrea Londoño Y Eulalia Córdoba por impulsar la introducción de las ticks  y el mercadeo en la institución; a  Blanca Inés Jiménez, Olga Lucía López, María Eugenia Agudelo y Alfredo de los Ríos por compartir sus conocimientos en el comité de familia; a Oscar Navarro por su generosidad sin límites, a Margarita López, mi leal y eficiente secretaria durante 20 años; a Horacio Alzate por su contribución a los procesos de formalización internos, a Luz Amparo Gallón por su eficiente asesoría contable y A Beatriz Restrepo, Beatriz White y Margarita Fernandez por la escucha atenta y la conversación fluida en temas sociales y gremiales del tercer sector. A Ligia Galvis,  por compartir su saber y experiencia en temas de familia. A los socios y socias que nos acompañaron y ya partieron al descanso eterno: Hernán Henao Delgado, quien siempre nos ilumino con sus profundo conocimiento de la familia; María Inés Restrepo Santamaría, nuestra directora del periódico Generación quien siempre nos enseñaba tips de redacción y ortografía y  Beatriz María Molina Vélez, pionera de la terapia familiar en Colombia y miembro permanente del comité de familia de la Fundación, y, por supuesto,  muy especialmente, a todo el equipo de trabajo de la Fundación: Rubén Darío Cano, Sandra Durán, Juan Eugenio Cardona, Samuel Tobón, Hadassa Echeverri, Alba Lucía Toro, Catalina Velilla, Juan Osorio, Gabriel Fernando Zapata y Rosa Ángela Úsuga por estar siempre ahí, conmigo, dando lo mejor de sí, y por su comprobado sentido de pertenencia y compañerismo que hicieron más fácil y amable mi larga estancia en la dirección.
    
Agradezco en el alma  su presencia en este acto y espero que mi retiro de la fundación no sea el motivo para no  seguir contando con la amistad y la compañía de todos ustedes en mí vejez.

Luis Julián Salas Rodas


Medellín, 14 de marzo de 2016

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