LA FAMILIA EN LA VIDA Y OBRA DE GABRIEL
GARCÍA MARQUEZ
Luis Julián Salas Rodas
Sociólogo
Especialista y Magíster
en Ciencias Sociales
Magíster en Ciencias
de la Educación
Director Ejecutivo de
la Fundación Bien Humano
Los abuelos maternos, la infancia y la casa natal en Aracataca
En lo que hoy denominamos la Primera
Infancia, de O a 6 años de vida, es donde se dan o no las bases de la
inteligencia, el cuerpo, la manera de ser y la confianza básica hacia los demás
y al mundo que nos rodea. Desde hace
décadas tanto la sicología evolutiva como el llamado enfoque sicológico-educativo
han conceptuado y concluido la importancia que tienen los padres y madres, o
quienes hagan sus veces, y la familia en el crecimiento y desarrollo de niños y
niñas.
“El enfoque “psicológico-educativo” coloca un mayor énfasis en el
componente afectivo-vincular del cuidado, planteando que el cuidado debe
garantizar la seguridad emocional del niño y de la niña, generada a través de
vínculos con los y las adultas referentes”
(Karina Balthayay K y otros, El
cuidado de calidad desde el saber experto y su impacto de género. pág. 13. Santiago de
Chile. 2013).
Son los adultos referentes y no
otras personas o instituciones los agentes más importantes y fundamentales en
la vida de los infantes. Son ellos los que posibilitan o no el establecimiento de un sano y fuerte
vínculo afectivo que les proporcione sentimientos de confianza, autoestima,
protección y bienestar físico. En el caso de Gabriel García Márquez, GGM fueron
sus abuelos maternos el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, combatiente de
la Guerra de los Mil Días, y su esposa
Tranquilina Iguarán Cotes y no sus padres biológicos Gabriel Eligio García Martínez
y Luisa Santiaga Márquez Iguarán, los que fungieron como padre y madre de él durante
los primeros 10 años de vida. “El hijo primogénito de los García Márquez
había traído la reconciliación y la felicidad de las dos familias, y Gabito se
quedaría con sus abuelos y sería para siempre más hijo de su abuelo que de su
padre y más hijo de su abuela y de sus
tías que de su madre”. A ellos se
sumaron, en la vida familiar de la casa natal de Aracataca, las tías Wenefrida, Elvira, Francisca, su
prima hermana Sara Márquez y su enfermiza hermana Margot que comía tierra como
el personaje de Rebeca en Cien Años de
Soledad. Gabo vivió pues una
infancia rodeado de mujeres. (Dasso Saldívar. García
Márquez: el viaje a la semilla, biografía.
Ed. Alfaguara. España. 1997. Pág. 87).
En entrevista con el crítico de
literatura Luis Harss, en agosto de 1967, antes de la publicación de Cien Años de Soledad dijo García Márquez
con respecto a la ascendencia de sus abuelos maternos:
“Tuve una infancia prodigiosa”, dice García Márquez. Apenas conoció a sus padres. Se imaginaba a
su madre ausente como un gran regazo indefinido en el que nunca se sentó. La
conoció por primera vez a los siete u ocho años. Ella lo había dejado al
cuidado de sus abuelos, que recuerda como a seres fabulosos. “Tenían una casa enorme, llena de
fantasmas. Era una gente con una gran
imaginación y superstición. En cada
rincón había muertos y memorias, y después de las seis de la tarde la casa era
intransitable. Era un mundo prodigioso
de terror. Había conversaciones en
clave”. Él era un niño deslumbrado que
se retraía en el borde de una silla en un rincón o se atrincheraba detrás de
los muebles. Al pie de su cama asomaba
ominoso y parpadeante un gran altar dorado con santos de yeso cuyos ojos
brillaban en la oscuridad. Su abuela una
presencia despavorida que rondaba por la casa como un alma en pena, entraba de
puntillas por la noche y lo aterrorizaba con sus cuentos. Era una mujer
nerviosa, excitable, propensa a los accesos y las visiones. En cambio su abuelo –que ocupaba un pequeño puesto
político en la burocracia local- era su gran compañero, amigo y confidente, “la
figura más importante de mi vida”, dice García Márquez, que había evocado sus
rasgos en más de un personaje. Juntos
daban largos paseos e iban al circo. El
anciano había combatido en las guerras civiles, que lo habían marcado
profundamente. En una ocasión había
tenido que matar a un hombre: un acto que lo persiguió siempre después. “Tú no
sabes lo que pesa un muerto”, le decía a su nieto con un suspiro. Murió cuando el niño tenía ocho años, y ese
fue el final de toda una era para García Márquez. “Después todo me resultó
bastante plano”, dice. Crecer, estudiar, viajar, “nada de eso me llamó la
atención. Desde entonces no me ha pasado
nada interesante”. (Luis Harrs, García
Márquez en la Cuerda Floja. Periódico El Espectador. Domingo 21 de abril. Bogotá. 2014. Pág.: 79-80).
Al respecto dice uno de sus
biógrafos, el escritor Dasso Saldívar:
“Más aún en las conversaciones con su amigo y compañero de aventuras
periodísticas Plinio Apuleyo Mendoza confesó: “Cada vez que me ocurre algo,
sobre todo cada vez que me sucede algo bueno, siento que lo único que me falta
para que la alegría sea completa es que lo sepa el abuelo. De modo que todas mis alegrías de adulto han
estado y seguirán estando para siempre perturbadas por ese germen de
frustración”” (Dasso Saldívar. Op.
Cit. Pág. 125).
La orfandad temprana de García
Márquez, por la muerte de su abuelo, fue para él un hecho que marcó tanto
su vida personal como su obra literaria.
La pérdida de su abuelo fue una desgracia inesperada que debió afrontar con
mucha aflicción, que dio fin a un mundo donde fue feliz, dando comienzo a su
re-significación en su memoria e imaginación. En su orfandad temprana está el
germen de sus sentimientos de desamparo, nostalgia y soledad que lo acompañaran
hasta el final de sus días, pero la orfandad también fue el impulso creador de
su maravillosa y universal narrativa literaria.
La muerte y el cierre de la casa
de Aracataca implicó para Gabo irse a vivir con sus padres y sus otros hermanos
a los que a poco conocía y trataba. La inestabilidad económica de su padre
Gabriel Eligio, con quien nunca tendría buenas relaciones, llevó a la familia a
residenciarse, en los años siguientes, en Sincé, Barranquilla y Sucre,
municipio este donde sucederán los hechos trágicos narrados después en su
novela Crónica de una muerte anunciada.
El mismo GGM en su
autobiografía: Vivir para contarla nos refiere la ascendencia de su abuelo
en su niñez:
“En medio de aquella tropa de mujeres evangélicas, el abuelo era para
mí la seguridad completa. Sólo con el
desaparecía la zozobra y me sentía con los pies sobre la tierra y bien establecido en la vida
real. Lo raro, pensándolo ahora, es que yo quería ser como él, realista,
valiente, seguro, pero nunca pude resistir la tentación constante de asomarme
al mundo de la abuela. Lo recuerdo
rechoncho y sanguíneo, con unas pocas canas en el cráneo reluciente, bigote de
cepillo, bien cuidado, y unos espejuelos redondos con montura de oro. Era de hablar pausado, comprensivo y
conciliador en tiempos de paz, pero sus amigos conservadores lo recordaban como
un enemigo temible en las contrariedades de la guerra”.
“Nunca usó uniforme militar, pues su grado era revolucionario y no
académico, pero hasta mucho después de las guerras usaba el liquiliqui, que era
de uso común entre los veteranos del Caribe.
Desde que se promulgó la ley de
pensiones de guerra llenó los requisitos para obtener la suya, y tanto él como
su esposa y sus herederos más cercanos siguieron esperándola hasta la
muerte. Mi abuela Tranquilina, que murió
lejos de aquella casa, ciega, decrépita y medio venática, me dijo en sus
últimos momentos de lucidez “muero tranquila, porqué sé que ustedes recibirán
la pensión de Nicolasito”. (GGM. Vivir
para Contarla. Editorial Norma.
Bogotá. 2002. Pág. 98).
Situación de espera que constituye
la trama principal de su novela corta: El
coronel no tiene quien le escriba y que vivió él, en persona, en París
mientras escribía esa novela aguardando el giro monetario como periodista del Periódico
EL Espectador. Infiero que en homenaje al Caribe y en recuerdo de su abuelo,
García Márquez recibió el premio Nobel de Literatura, en Estocolmo, en
diciembre de 1982, de riguroso liquiliqui blanco y mantuvo durante toda su vida
adulta, como su abuelo, el bigote de cepillo bien cuidado. (No se conoce
ninguna foto de Gabo adulto sin bigote).
El abuelo Nicolás fue progenitor de 19 hijos, entre matrimoniales y
extramatrimoniales, y se dedicaba, como joyero que también lo era, a fabricar
pescaditos de oro en el taller de su casa. En Cien Años de Soledad el coronel Aureliano Buendía fue padre de 17
hijos, de 17 mujeres distintas, signados con una muerte trágica, que se dedicó
en su senectud a elaborar pescaditos de oro. El abuelo Nicolás fue de ideas liberales, el que lo motivó a leer, a
la edad de nueve años, Las Mil y Una
Noches y el que le inculcó, además, la importancia de consultar
diccionarios y enciclopedias, afición que GGM cultivaría durante toda su vida
de escritor.
(Por su abuelo conoció la Quinta de San Pedro
Alejandrino, en Santa Marta, donde murió el Libertador Simón Bolívar, sobre
quien escribiría la novela El General en
su laberinto, narrando sus últimos días de viaje, en champam de remos, por
el Río Grande de la Magdalena. El mismo río que remontó tantas veces de ida y
vuelta en las vacaciones del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá donde
terminó su bachillerato; el río que en la novela El amor en los tiempos del cólera viajaron, en buque de vapor,
Fermina Daza y Florentino Ariza como culminación de su amor otoñal). (Dasso
Saldívar. Op.Cit. 1997).
Otro acontecimiento familiar que
marcó su vida y obra literaria fue cuando acompañó a su madre Luisa Santiaga a
vender la casa en Aracataca a la edad de 23 años, a la cual no había vuelto
desde la muerte del abuelo. Tan
importante fue este pasaje de su vida que con él inicia la narración de su
autobiografía Vivir para contarla. Su biógrafo Gerald Martin
relata:
“Años después, García Márquez diría: “Lo que en realidad me ocurrió en
aquel viaje a Aracataca fue que tomé conciencia de que todo lo que me había
pasado en la infancia tenía un valor literario que sólo entonces empezaba a
apreciar. Desde el momento en que
escribí La Hojarasca me di cuenta que quería ser escritor y que nadie podía
impedirlo y que lo único que podía hacer era tratar de ser el mejor escritor
del mundo””. (Gerald Martin. Gabriel García Márquez, una vida. Randon House Mondarian. Colombia. 2009.
Pág.170).
Gabo volvería a Aracataca en su
80 cumpleaños, en compañía de su esposa Mercedes a bordo del “tren amarillo”
que cruza la zona bananera del Magdalena.
Entre
la familia real y la familia de ficción, entre Aracataca y Macondo
Desde sus primera novelas La Hojarasca de 1955, El Coronel no tiene quien le escriba de
1958 La Mala Hora de 1962 hasta
Cien Años de Soledad de 1967 y en cuentos como El monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, La siesta del martes, La viuda de Montiel,
Los funerales de la Mama Grande y la Increíble y triste historia de la Cándida
Eréndira y de su abuela desalmada de 1972, sus obras literarias son la
recreación, bajo el lente del realismo
mágico, de los adultos significativos y las circunstancias del entorno con
los cuales se relacionó en su infancia y adolescencia.
El coronel Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán,
primos hermanos, encarnan la figura de sus abuelos maternos. En el transcurrir
de las siete generaciones de la familia Buendía-Iguarán, relaciones endogámicas
e incestuosas, que García Márquez narra, describe e ilustra la singularidad, complejidad
de situaciones, eventos y acontecimientos que pueden suceder en el ciclo vital tanto
humano como familiar. Lo que los expertos “familiólogos” y terapeutas de familia, del presente, llaman
estructura, composición, tipologías y dinámica familiar se encuentra, en forma
novelada, en la obra literaria de Gabo, en especial en Cien Años de Soledad. Los
personajes configuran toda la diversidad humana posible en la formas de ser,
pensar y hacer, en la expresión total
de valores, sentimientos, emociones, pasiones, afectos y desafectos bajo el
denominador común de la Soledad, como elemento intrínseco de la condición
humana. Soledad que impregna la
dificultad de comunicar lo más privado, lo más íntimo del ser a otro ser humano.
GGM afirmó, en varias ocasiones, que el tono en que está escrito Cien Años de Soledad corresponde a la
manera como su abuela Tranquilina, cuando era pequeño, le hablaba y narraba sus
historias de muertos y fantasmas en la casa de Aracataca.
La familia humana la entendemos
como un grupo de personas de distintas generaciones unidas por vínculos de
parentesco, afectivos, emocionales, de apoyo y solidaridad, que nos acompañan,
por siempre y para siempre, en todo el ciclo vital de la existencia. Los vínculos parento-filiales y fraternales
son de por vida, los tenemos desde el nacimiento hasta la muerte, mejor dicho,
se establecen antes de nacer y permanecen después de la muerte. Ningún otro grupo humano u organización
social crea y mantiene vínculos entre
las personas como la familia. En la
estirpe de los Buendía-Iguarán ningún miembro de la extensa parentela y
descendencia escapa a los vínculos y los llamados del común destino familiar, porque como escribió el autor en la última
línea de su novela: “las estirpes
condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre
la tierra”.
Otro foco de interés en Cien Años de Soledad son las intrincadas
relaciones entre la familia Buendía-Iguarán y Macondo, representando este el
municipio de Aracataca y su contexto, donde nació García Márquez. Aquí es la figura del abuelo coronel la que
introduce al nieto en el mundo exterior de la política, de lo público, de los acontecimientos
históricos. A excepción de la abuela
Úrsula, todos los miembros de la familia salen y regresan, siempre, a la casa
materna, obedeciendo al mandato vincular. La familia no es un sistema cerrado
en sí mismo, ella requiere mantener relaciones y contactos con otras personas,
grupos y organizaciones de la sociedad.
En Macondo la casa de la familia Buendía-Iguarán es impactada por hechos
externos como el auge económico de las bananeras y la llegada de trabajadores y
forasteros. Así el destino y acontecer
de la familia quedó ligado siempre al de Macondo. Mario Vargas Llosa, también
Nobel de Literatura, estudioso de la obra de GGM, afirma de Cien
Años de Soledad que es una “obra
total”, donde, desde los ejes de la circularidad y la recurrencia, todo tiene
principio y final en la vida de las personas, la familia Buendía-Iguarán y
Macondo:
“Pero Cien Años de Soledad es una novela total sobre todo porque pone en
práctica el utópico designio de todo suplantador de Dios: describir la realidad
total, enfrentar a la realidad real una imagen que es expresión y negación de
la realidad. Esta noción de totalidad…define
la grandeza de Cien Años de Soledad: da también su clave. Se trata de una novela total por su materia,
en la medida en que describe un mundo cerrado, desde su nacimiento hasta su
muerte y en todos los órdenes que la componen -el individual y el colectivo, el
legendario y el histórico, el cotidiano y el mítico-, y por su forma ya que la
escritura y la estructura tienen, como la materia que cuaja en ellas, una naturaleza
exclusiva, irrepetible y autosuficiente”…La historia de esta sociedad (Macondo)
se mezcla con la de una estirpe familiar, los destinos de ambas se condicionan
y retrotraen: la historia de Macondo es la de la familia Buendía y al revés”.
(Mario Vargas Llosa, Cien Años de Soledad. Realidad Total. Novela Total. Edición conmemorativa de la Real Academia Española, Asociación de Academias de la
Lengua española. Grupo Editorial
Norma. Bogotá. 2007. Pág. XXVI-XXX).
Interpretaciones desde la “familiología”
Otro aspecto de interés de los
“familiólogos” y terapeutas de familia (la “familiología” no es una ciencia o
una disciplina, es un campo del saber reflexivo sobre una práctica), es la
configuración y el desempeño de los roles masculinos y femeninos en la dinámica
familiar, roles que están inmersos en la cultura y la vida social. En las obras de Gabo es manifiesto el corte
patriarcal, de cómo los hombres, de prolífica descendencia, se ocupan y dedican
su vida de manera preferente a los asuntos mundanos y públicos mientras que las
mujeres se ocupan de asegurar la crianza y la autoridad sobre los hijos, la
existencia cotidiana de la vida familiar siendo los padres los que se oponen o
autorizan el casamiento de las hijas.
En Cien Años de Soledad es la abuela Úrsula Iguarán el sostén económico,
emocional y afectivo de las siete generaciones de la estirpe.
Es ella la que atiende y mantiene a la familia mientras los José
Arcadios y los Aurelianos se dedican a sus aventuras y guerras. Situación que se repite en la propia vida
matrimonial del autor con su única esposa, por 56 años, Mercedes Barcha Pardo, a
quien conoció en Magangué cuando ella
tenía 9 años de edad y él 14. (Gerald Martin. Op.Cit. Pág:117). Mercedes le
brindo siempre compañía, amor y seguridad emocional. Gabo, a diferencia de su abuelo y de su padre,
solo tuvo dos hijos: Rodrigo y Gonzalo, rompiendo así el “mandato de la
cultura” caribeña de engendrar una descendencia numerosa; ejemplo de ello es
como sobrevivieron, en Ciudad de México, durante los 18 meses que duró la
escritura de Cien Años de Soledad.
Mercedes se encargaba de la casa y al parecer no desempeñó un trabajo
remunerado durante ese tiempo. Dijo GGM
en el homenaje, en Cartagena de Indias, que la Real Academia Española y la
Asociación de Academias de la Lengua Española le organizaron cuando cumplió sus
80 años de vida:
“Lo que podría ser motivo de otro libro mejor sería como sobrevivimos
Mercedes y yo con nuestros hijos durante ese tiempo en que no gané ningún
centavo por ninguna parte. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses
para que no faltara un día la comida en la casa. Habíamos resistido a la tentación de los préstamos
con interés hasta que nos amarramos el corazón y emprendimos incursiones al
Monte de Piedad”. (Prendería y compraventa en Colombia).
Después de los alivios efímeros con ciertas cosas menudas, hubo que
apelar a las joyas que Mercedes había recibido de sus familiares a través de
los años. El experto las examinó con
rigor de cirujano, pesó y revisó con su ojo mágico los diamantes de los aretes,
las esmeraldas de un collar, los rubíes de las sortijas, y al final nos los
devolvió con una larga verónica de novillero: “Todo eso es puro vidrio”. (GGM. Yo no
vengo a decir un discurso. Bogotá. 2010. Pág. 134).
La fuente, la inspiración de los
temas en la obra literaria de García Márquez tienen origen en situaciones y eventos de su familia extensa de
origen. Sus padres biológicos tuvieron
que afrontar la férrea oposición de sus abuelos maternos ante el hecho del origen humilde, extramatrimonial,
la piel morena e ideas políticas conservadoras de su padre. (Dasso Saldivar. Ibídem). De las
relaciones de estos amores contrariados surgió su novela El amor en los tiempos del cólera. Los personajes centrales
Florentino Ariza y Fermina Daza no son otros que su padre Gabriel Eligio y su
madre Luisa Santiaga. La ficción no es
solo creación de fantasía, de mundos irreales.
La ficción literaria de Gabo tiene su origen en realidades concretas
vividas en su familia y extensa parentela en la atmósfera del Caribe
colombiano.
Las vivencias de la infancia y la
familia son pues determinantes en la obra narrativa de los escritores, amén de
nacer con el talento, la sensibilidad y la vocación innata. Los adultos referentes ejercen una influencia
positiva o negativa en la mente y personalidad de los futuros escritores. El peruano Mario Vargas Llosa, afirma haber
tenido una infancia feliz en su Arequipa natal, a pesar, de que solo conoció a
su verdadero padre cuando cumplió 10 años de edad. Su madre y abuelos maternos le proporcionaron
todos los estímulos afectivos, intelectuales y materiales que fueron la base de
su oficio de escritor. Conocida, también, fue la relación difícil y distante que Franz Kafka tuvo con su padre, el cual
relató en su famosa Carta al Padre.
Argumentos desde la academia
Los cambios sociales y culturales
producto de la modernidad, la
industrialización, la globalización, la
interculturalidad y las nuevas tecnologías de la información, para no mencionar
sino éstas, han transformado, también, a las familias. Las tareas de la crianza, cuidados, educación
y formación de los hijos ya no están, como en las sociedades agrarias y
tradicionales, a cargo, por entero, de la familia nuclear y la parentela. Hoy en día es una labor de corresponsabilidad
compartida entre el Estado, la sociedad y la familia; corresponsabilidad
ordenada por la Constitución pero sin funciones y definiciones precisas entre
los tres agentes. Sin embargo, siguen
siendo el padre o la madre, ambos, o quien haga sus veces, las figuras de
identificación más importantes y decisivas de los infantes. El amor, la
expresión afectiva –besos, abrazos, caricias, palabras tiernas- la protección
material o su ausencia, abandono, maltrato, indiferencia o negligencia marcan,
para bien o para mal, el curso de
nuestras vidas.
Los niños y niñas requieren figuras positivas
de identificación adulta, por medio de la palabra y el ejemplo, a quien imitar,
admirar, o a quien parecerse. Y es en la
primera infancia, de nuestro ciclo vital, donde esto debe acontecer, por cuanto
más adelante son los compañeros, los amigos y otros adultos no familiares
quienes ejercerán tal influencia. Esta función es indelegable, solo la familia
biológica o adoptiva puede llevarla a cabo; ningún otro grupo u organización
del Estado o la sociedad puede cumplirla a cabalidad. Cuando un niño con
discapacidad, física o cognitiva, se destaca y supera su adversidad es porque
ha contado con el apoyo y el acompañamiento de su familia. Cuando una niña sobresale en el deporte o en
las artes es porque, casi siempre, a su lado está una familia que la alienta en
el despliegue de su talento. En caso contrario la mayoría de las veces resultan
vanos y en fracaso los intentos de los padres y madres por recuperar o
restablecer con los hijos una comunicación abierta y relaciones de afecto, confianza y respeto que
no se dio en la infancia. En situación de calle y en los centros geriátricos
abundan adultos mayores, con hijos, en
abandono afectivo y material por parte de sus descendientes, quienes de esa
forma responden a sus progenitores por la ausencia de buena crianza, afecto y
cuidados en las etapas tempranas de la vida.
En el caso de GGM la familia ejerció
una influencia positiva en su personalidad pero, también hay que decirlo, no
siempre la familia y la parentela posibilita un ambiente habilitante para la
crianza, los cuidados y la formación de
los infantes. Ella también puede
ser causa de vulneración de derechos, abandono, maltrato, abuso y violencia que
hacen necesario la intervención de medidas protectoras por parte del Estado y
la sociedad. En términos generales, hay casos particulares, la familia no es la
causante de todos los males de las personas y de la sociedad pero tampoco tiene
la misión mesiánica, fundamentalista, de rescatar y salvar. Ni el altar idealizado,
ni la hoguera aniquiladora. No hay que concebirla y entenderla entre los
extremos maniqueos del infierno y el paraíso, la familia fluye, más bien, en un equilibrio
inestable entre ambos.
La fortuna de GGM, en su vida y
obra, fue haber disfrutado de un abuelo afectuoso a quien admiró con fervor y
de quien conservo siempre los mejores recuerdos. Otra suerte y otros destinos
tendrían los infantes sin padres de Colombia si en el comienzo de sus días
pudiesen contar con figuras de identificación como el abuelo de García Márquez…
Persiste en nuestra sociedad y en la cultura la no presencia, imagen y
funciones del padre en la familia y en el desarrollo de los hijos. No solo es la ausencia de un padre proveedor
y responsable en lo económico, es la ausencia total en los recuerdos, afectos y
sentimientos. Admirable la tarea diaria
que realizan las mujeres cabeza de familia de “sacar adelante” a los hijos sin
el apoyo de un esposo o compañero. Ellas
intentan hacer también de papás pero una cosa es el desempeño de una función,
de una responsabilidad y otra muy distinta sustituir la imagen del padre
abandonante o inexistente en la psiquis de los hijos. La madre porta en su ser
y en su cuerpo la identidad de lo femenino, no de lo masculino, identidad que
deben ellos tomar de otros adultos hombres cercanos a su núcleo familiar.
La influencia de la obra literaria de GGM en mi vida personal y familiar
Confieso que profeso por Gabriel
García Márquez tanto admiración por su literatura como una particular gratitud
sentimental. Me permite encontrarme,
cada vez que lo leo o recuerdo, con mis raíces familiares. En términos de la
eximia antropóloga colombiana Virginia Gutiérrez de Pineda (q.e.p.d) soy la
mezcla fusionada de dos complejos: el complejo cultural antioqueño o de la
montaña y el complejo cultural negroide o litoral fluvio minero. Las vacaciones de mi infancia y parte de mi
adolescencia, décadas de los años 60 y 70 del siglo XX, junto a la de mis
hermanos, transcurrieron en la costa atlántica
colombiana. ¡Con qué ansioso anhelo esperábamos el tiempo de las vacaciones escolares
de diciembre! En Medellín, la norma, la autoridad, los castigos y los deberes
del colegio. En Santa Marta, la diversión, los paseos a la Sierra Nevada, al
Parque Tayrona, a las playas del Rodadero, a los charcos y cascadas del río
Bonda, al pueblo de pescadores de Taganga, el conocer a los nuevos primos y
primas y el compartir de tiempo completo con el padre.
(Virginia Gutiérrez de Pineda,
Familia y Cultura en Colombia. Ed. Universidad de Antioquia. Medellín.
1994)
A las seis de la tarde las tías
sacaban las mecedoras a la acera de la casa para tomar la brisa fresca,
conversar y saludarse con amigos y vecinos. Adíos, adiós se decían siempre de
saludo de despedida. Los viajes a la costa los hacíamos en avión, en los
retumbantes Douglas DC-4, y en el tren de los Ferrocarriles Nacionales que
salía de la estación Cisneros del viejo Guayaquil, “el Expreso del Sol” paraba
en Puerto Berrio a esperar el tren que venía de Bogotá para luego recorrer las
vegas del rio Magdalena, la selva del Carare y después de 24 horas de marcha entrar de
tarde a Santa Marta, no sin antes
pasar por los pueblos de Fundación, Aracataca, Río Frio, Sevilla y Ciénaga,
pueblos de la llamada zona bananera.
La música preferida de mi padre, incluyendo
la del maestro Lucho Bermúdez, la que siempre ponía en la radiola New Yorker, en
los discos de acetato de 33 revoluciones, no era otra que los merengues, paseos
y sones vallenatos del compositor Rafael Escalona, interpretados por el
conjunto de Bovea y sus vallenatos, acompañado de guitarra, caja y guacharaca, ¡sin
acordeón!. De tanto escucharlos me los aprendí de memoria mucho antes que se
pusieran de moda en el interior del país.
(Conocida fue la estrecha amistad
de GGM y Rafael Escalona, tanto así que lo referencio con nombre propio en Cien Años de Soledad. Lo que hoy es el departamento del Cesar
hizo parte del departamento del Magdalena hasta 1967. La música vallenata,
junto a las canciones de Guillermo Buitrago y sus alegres muchachos, tiene
origen e identifican a las gentes de a esa parte del territorio nacional. Al respecto escribió el periodista Daniel
Samper Pizano:
"… Y desde entonces me di cuenta
de que la materia prima de que están hechas las historias que escribe García
Márquez para ser leídas y las que cuenta Rafael Escalona para ser cantadas es
exactamente la misma. Unas y otras
suceden en una zona en que se mezclan la fantasía y la verdad. Los críticos la han definido como lo “real
maravilloso”.
Me cuestiono: ¿no será que “lo real maravilloso” es un concepto inventado
por personas que no nacieron, se criaron o tuvieron nexos familiares y
afectivos con la gente del Caribe para tratar de comprender ese mundo?, y ¿si
para quienes son oriundos o somos cercanos a tal región “lo real maravilloso” no es otra cosa que “lo real, real”? ).
(Daniel Samper Pizano, El
mundo palpable de Escalona. Prólogo del libro: Rafael Escalona, el hombre y
el mito. Consuelo Araujo Noguera. Ed. Planeta. Bogotá. 1988. Pág.
19-20)
En Santa Marta éramos “cachacos”, en Medellín
“costeños”. Nos alternábamos entre la
arepa paisa y el bollo costeño. Las querencias más íntimas de mi padre siempre
estuvieron referenciadas a las personas y lugares de su tierra magdalenense. Su muerte temprana nos impidió, a sus hijos,
darle las gracias por los buenos recuerdos que nos dejaron la compañía,
los vínculos y relaciones de su familia
costeña.
Mi primera lectura de Cabo fue el
Coronel no tiene quien le escriba, y en la figura del coronel y su gallo, hallé
rasgos de mi abuelo paterno Jorge Salas Bustamante, cuyo padre fue, como el
bisabuelo de GGM, un emigrante español, de las isla Canarias. Era delgado,
canoso, de camisa blanca almidonada, apostador y criador de gallos de pelea. De
las columnas del patio trasero de su casa permanecían amarrados de una pata sus
coloridos y sonoros gallos. El abuelo Jorge no nos “llevó a conocer el hielo” como el padre del Coronel Aureliano
Buendía sino que nos llevó, a los nietos, a conocer el alucinante mundo de las
galleras samarias, contrariando el parecer de nuestra madre que consideraba que
la pelea de gallos no era un espectáculo apto para menores. Como empleado del ferrocarril del Magdalena,
el abuelo trabajó en la estación de Ciénaga siendo testigo, en 1928, de la “masacre de las bananeras” y terminó su
vida laboral, a diferencia del abuelo de GGM, siendo jubilado de la Frutera de
Sevilla, empresa estadounidense de la United Fruit Company. La misma empresa
que menciona Gabo en Cien Años de
Soledad. Contaba mi abuelo que una vez se encontró en uno de los vagones
del tren un maletín negro de cuero lleno de monedas de oro, olvido de un
pasajero, el cual como empleado honrado que era, entregó a su superior, el jefe
de la estación de Ciénaga, el cual después, obvio, desapareció del mapa…con el maletín y las
monedas. Una historia de realismo mágico parecida a las contadas
en Cien Años de Soledad. En su vejez, el abuelo Jorge sufría de
terrores nocturnos, se levantaba, sudoroso y gritando, por hechos violentos que
presenció cuando trabajaba en las plantaciones bananeras. La abuela Isabel, a
quien nunca conocimos, murió muy joven de pulmonía, antes de la invención de la
penicilina y mi abuelo a sus primeros siete hijos le sumó otros cuatro con su
segunda mujer.
Fue a los trece años que leí, por
primera vez, Cien Años de Soledad. Mi primera impresión fue la de que GGM no
había inventado un mundo nuevo y desconocido para mí, que el mérito de su trabajo fue plasmar en forma novelada la
realidad de una región y de sus gentes. Recuerdo que me sentí feliz, dichoso de
encontrar en la prosa poética de esa novela tantas semejanzas y coincidencias con
mi extensa parentela costeña de tías, tíos, primos y primas. Nací de padre samario y madre
antioqueña. Mi padre: Luis Miguel Salas
Bermúdez, Lucho le decían su familia y amigos, nació en Santa Marta en el año
de 1924, tres años antes que García Márquez, y terminó su bachillerato en el
famoso Liceo Celedón, donde también estudio el maestro Rafael Escalona, de su
ciudad natal en 1942. En 1943 vino a
Medellín, solo y sin familia que lo acogiera, a cursar estudios en la primera
promoción de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad de Antioquia,
siendo el primer graduado en 1949. Fue profesional en una época en que tener un
título de “doctor” era muy apreciado por la familia y la sociedad. En 1952
contrajo matrimonio con mi madre Celmira Rodas Zuluaga proveniente del
corregimiento de Mesopotamia, municipio de la Unión, departamento de Antioquia,
quien de soltera se ocupó como
secretaria en una oficina de importaciones.
Como en un espejo, en Cien Años de Soledad palpe
el calor agobiante de las tres de la tarde y su modorra, recordé la forma de
hablar, las historias, los dichos, las creencias y expresiones del sentir y
actuar de mis parientes costeños. Cada
vez que releo la novela vuelvo a revivir pasajes muy gratos de mi niñez y
adolescencia. Con Cien Años de Soledad
comprendí, tiempo después, que el realismo
mágico además de un enfoque y técnica literaria era un forma de asumir,
comprender y vivir el mundo de las gentes del litoral Caribe colombiano, al
cual tenía la maravilla de pertenecer por mi familia samaria. Y de ahí en adelante he tenido el placer, el
gozo intelectual de haber leído todos sus textos periodísticos, sus biografías
y todos sus libros de literatura. Porque muchas veces es por nuestras lecturas
literarias, la de los buenos escritores como Gabo, y no por los estudios e
investigaciones de las ciencias sociales y humanas que podemos penetrar en las
profundidades y descifrar los enigmas de la condición humana.
Y sin ser pariente, de ningún
modo, de García Márquez, de manera coincidente, veía en él la misma frente
amplia, la misma nariz aguileña y la misma
permanente sonrisa de mi padre.
Por todo lo anterior es que la muerte de Gabo me toca en lo más profundo
de mis recuerdos y vivencias de
infancia, y he ahí las razones del porque me vi impulsado a escribir este
ensayo, modesto homenaje a su memoria.
Al final del prólogo del libro El viaje a la semilla, biografía, de
Dasso Saldívar, el escritor colombiano William Ospina, amigo de GGM escribió:
“Recuerdo que un día le pregunté a Gabo por que le parecía tan arduo escribir la segunda parte de sus
memorias…Gabo me miró en silencio, y después, desde la plenitud de su
celebridad presente, sonrió divertido y me dijo “es que es muy difícil competir
con la infancia”.”
Como hemos podido apreciar fueron
la influencia de la familia, de sus abuelos maternos en su infancia, de su
propio talento de autodidacta, de su firme vocación literaria, de su afinada sensibilidad, de su disciplina de hierro para escribir, a
pesar de las adversidades económicas,
los factores que le permitieron
desarrollar su obra periodística y literaria.
Reconocimiento especial tuvo para otro adulto significativo: su profesor
de literatura, español y gramática: Carlos Julio Calderón Hermidia, en el Liceo
Nacional de Varones de Zipaquirá, catalogado en esa época como uno de los
mejores del país. Fue el profesor Calderón quien le “impulsó el reto de convertirse en un sólido escritor”. A Zipaquirá,
conocida por sus minas de sal, Gabo llegó en tren, flaco, melenudo, de bigote
incipiente, con su baúl y colchón, becado por el Ministerio de Educación
Nacional, de 16 años, en condición de interno, a terminar su bachillerato. Acosado
por la soledad, la nostalgia, lejos del calor del trópico, de su familia
costeña, sufriendo de gritos y pesadillas nocturnas, soportando el baño helado
de las mañanas y el frío del altiplano cundiboyacense, en el Liceo escribió sus
primeros cuentos, sus primeros poemas de amor, sus primeras columnas periodísticas
en la Gaceta Literaria de la institución, su primer discurso, se destacó en el
dibujo y la caricatura y tuvo su primera novia: Berenice Martínez Vélez. También
en el Liceo entró en contacto con las ideas políticas de izquierda y con la
música clásica. En lo que no mejoró, y siguió siendo su debilidad durante toda su vida fue en ortografía… En Vivir para contarla, su autobiografía,
escribió: “Todo lo que aprendí se lo debo
al bachillerato”. (Gustavo Castro Caycedo.
Gabo: Cuatro años de soledad: su vida en
Zipaquirá. Ediciones B Colombia. Bogotá. 2012).
“La ciudad de los 32
campanarios” que describe GGM en Cien Años de Soledad no es otra que
Zipaquirá. Gustavo Castro Caycedo escribe al respecto:
“En Zipaquirá, como en la casa de los abuelos de Gabo, (en Aracataca),
los cuentos de terror y las leyendas de misterio, especialmente sobre la época
virreinal, eran pan diario. Allí eran tradicionales, historias como la de
“cocheros fantasmas” que recorrían las calles a la madrugada; la de espíritus
de indígenas que atormentaban a los españoles y no los dejaban dormir; y hasta
una especie de “Jorobado de Nuestra Señora”, que rondaba por las noches la
calle del “Puente de la Leña”, aullando como un lobo”. (Gustavo Castro Caycedo. Op.Cit.
Pág.110)
Como consta en sus biografías y
en su autobiografía, terminado su bachillerato en Zipaquirá sólo estuvo
matriculado durante 14 meses como alumno de Derecho en la Universidad Nacional
de Colombia en Bogotá. Por la firmeza de su vocación de escritor contrarió el
deseo de sus padres de que su primogénito fuese un profesional graduado. El
Derecho perdió un abogado más y la literatura gano un premio Nobel. Sus logros
no fueron el resultado de una formación universitaria. Su título de Maestro de
las letras y de la lengua española se lo ganó a pulso, por méritos
propios. No necesitó de diplomas que
refrendaran su arte genial. Motivo para admirarlo mucho más. Como también fue de admirar su práctica y
valoración de la amistad. La gloria, la fama y el dinero no lo apartaron de los
amigos, especialmente a los que conoció y trató antes de Cien Años de Soledad. Decía
con frecuencia que: “escribo para que mis
amigos me quieran más”.
Conocidas fueron sus largas
estancias en ciudades extranjeras como
París, Barcelona, la Habana y Ciudad de México; poco conocido es que nunca
aceptó tener doble nacionalidad a pesar de los ofrecimientos gubernamentales,
siempre entró y salió de los países donde vivió o visitaba con su pasaporte
colombiano. Siempre llevó consigo y representó la cultura popular del Caribe
colombiano.
En una de sus entrevistas, no
recuerdo cuál, García Márquez decía que toda persona tiene tres vidas simultáneas:
la pública, la privada y la secreta.
Parafraseándolo diría que la vida pública es la que conocen todos, en la
que todos pueden opinar y entrometerse
sin que podamos evitarlo. A la vida privada pertenecen solo nuestros amigos, la
pareja y familiares, a quienes permitimos que opinen y juzguen sobre nuestra
conducta. La vida secreta solo nos pertenece a cada uno y nuestra conciencia, a
nadie más. No admite intromisiones, conocimiento y juicios de terceros. Enseñanza de GGM que
aplico obsecuente al devenir de mis tres vidas.
Y ya para terminar transcribo
algunas frases sueltas que en sus libros y entrevistas pronunció García Márquez
sobre el amor, la familia, el matrimonio y los hijos; su vida mortal nos legó
una obra literaria inmortal:
“Cien Años de Soledad tenía que ser escrita así porque así hablaba mi
abuela”.
"Uno de los momentos más duros
que he tenido en la vida fue cuando maté al coronel Aureliano Buendía”.
“Mi recuerdo más vivo y constante no es el de las personas, sino el de
la casa de Aracataca donde vivía con mis abuelos. Todos los días despierto con
la impresión, falsa o real, de que he soñado que estoy en esa casa”.
“Los hijos no se quieren por ser hijos sino por la amistad de la
crianza”.
“Lo que he hecho mejor en la vida no son mis libros sino mis dos
hijos”.
“Si algo no he olvidado ni olvidaré nunca es que, en la verdad de mi
alma, no soy ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista
de Aracataca”.
“Lo más importante de un buen matrimonio no es la felicidad sino la
estabilidad”.
“Las mujeres piensan más en el sentido oculto de las preguntas que en
las preguntas mismas”.
“El problema de la vida pública es aprender a dominar el terror, el
problema de la vida conyugal es aprender a dominar el tedio”.
“El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de
hacer el amor, y hay que volverlo a reconstruirlo todas las mañanas antes del
desayuno”.
“El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor”.
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