ENTRE
EL FINAL DE LA MADUREZ Y EL PRINCIPIO DE LA VEJEZ: MEMORIAS Y REFLEXIONES DE UN
PRE-JUBILADO
Por
Luis
Julián Salas Rodas
Sociólogo
Especialista
y Magíster en Ciencias Sociales
Magíster
en Ciencias de la Educación
Ex-Director
Ejecutivo de la Fundación Bien Humano
Luijus34@gmail.com
La vigésimo segunda edición
del diccionario de la de la Real Academia Española da, entre otras, las siguientes acepciones al
concepto de generación: “Conjunto de
todos los vivientes coetáneos”. “Conjunto de personas que por haber nacido en
fechas próximas, y recibido educación e influjos culturales y sociales
semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos”..
Las generaciones son la
confluencia de factores biológicos, sociales y culturales que determinan
cohortes de intereses y características comunes. Los hermanos, los compañeros de clase en el
colegio hacen parte de nuestra generación.
Son Los sicólogos sociales y los mercadólogos quienes más han insistido en investigar esos
intereses y características comunes, con el triple propósito de incrementar nuestros
hábitos de consumo, hacernos gastar los ahorros y mantenernos endeudados; para
ello nos han clasificado en cinco tipologías, así:
Generación del silencio: nacidos
entre 1925-1945
Generación de los Baby Boomers:
nacidos entre 1946-1964
Generación X: nacidos entre
1965-1979
Generación Y o Generación Milenios: nacidos entre 1980-2000
Generación Z: nacidos del 2000 en adelante
Que los seres humanos podamos
agruparnos y convivir en generaciones lo evidencia este feliz encuentro de
amigos y amigas donde representamos las tres primeras generaciones; pero así
como las generaciones se encuentran también pueden no encontrarse y surgen las
brechas generacionales. Brechas de ese tipo hallamos en la familia y en los
espacios laborales, educativos y
públicos. De 20 años entre una y otra generación hemos pasado a períodos de 10
años. Y como van las cosas llegaremos pronto a períodos de 5 años entre una y
otra generación. Las brechas se acortan en años pero se profundizan en mentalidades, creencias, actitudes, valores y
comportamientos radicalmente contrapuestos entre las generaciones. No se trata
de afirmar que generación es mejor que otra sino en reconocer y aceptar que son
diferentes porque corresponden a épocas distintas, a contextos sociales, culturales
y tecnológicos diferentes, no comparables. Como se dice por ahí “los hijos pertenecen más a la generación de
sus pares que a la generación de sus
padres”.
Pertenezco, como no, a la
generación de los Baby Boomers, marcados por la Guerra Fría, los casetes y los
acetatos de vinilo. Comprometidos con el trabajo, orientados al logro, a la
búsqueda de la independencia, la seguridad, la certidumbre y las tradiciones y
con posición económica asegurada. Ubicados en la sutil frontera entre final de
la madurez y el principio de la vejez, o sea ya jubilados o pronto a jubilarnos
y con preocupación creciente por los sucesos inexorables de la enfermedad, la
vejez y la muerte. Dice, también, el diccionario de la Real Academia Española
de la Lengua que la madurez es “el
período de la vida en que se ha alcanzado la plenitud vital y aún no se ha
llegado a la vejez”. La madurez se
asocia al buen juicio, a la prudencia, a la sensatez; pero no siempre la edad
cronológica coincide con la madurez: hay jóvenes responsables como hay adultos
inmaduros. Parto del juicio de que en mí caso si coincide la edad cronológica
con el período final de mi madurez. De
la vejez que se avizora, por el momento, mejor no hablar…
A mis, 26 años, recién
cumplidos, ingresé a la Fundación Bien Humano. Cuando repaso las fotos de
entonces veo a un joven delgado, con abundante cabellera negra, profusa barba y
piel lozana. Me veo, sin presumir, que era hasta bonito. Hoy ante el paso de
los años soy ya merecedor de la amable deferencia de las mujeres jóvenes que me
ceden su puesto en el metro. Favor que acepto siempre con verdadera
humildad, entendiendo por humildad la conciencia de mis propias limitaciones y
debilidades. También soy blanco de los repartidores callejeros, del centro de
la ciudad, que pregonan y reparten volantes ofreciendo crédito para jubilados.
Siempre he pensado y dicho que una persona tiene tres edades: la que figura en
la cédula de ciudadanía, la que uno siente que tiene y aquella que los demás le
ponen, y es por ésta última que las mujeres me ceden el puesto y en la calle me
ofrecen acceso al crédito y compra de
las deudas.
29 años de mi vida, cinco como
profesional tallerista y 24 como director ejecutivo ha transcurrido en esta
noble y muy querida fundación; en sentido estricto la mitad de mis 58 años de
vida. En estos últimos meses, con ocasión del anuncio de mi retiro, he
reflexionado las razones del porqué de tan larga y continua permanencia. Los Baby Boomers nos identificamos
con la aspiración de un trabajo estable y continuo en una misma organización, y
en pensar y planear la jubilación desde la edad de adulto joven. A diferencia
de los milenios y la generación Z que gozan y viven el presente despreocupados
por tiempos futuros.
A los Baby Boomers nos tocó ser migrantes
digitales y no nativos como sí lo son los Milenios y la Generación Z. Al llegar
a la dirección de la Fundación no habían computadores, solo unos teléfonos
fijos, una calculadora eléctrica, una máquina de escribir Olivetti, esas de
notaría, y una máquina eléctrica de escribir IBM para uso exclusivo de la
secretaria, quien pasaba las notas e informes; Aún se escribían y enviaban
telegramas vía Telecom; el presupuesto anual de ingresos y gastos lo realizaba
con calculadora en papel cuadriculado doble pliego, con regla y dos lápices: el
negro y el rojo. ¡Pura carpintería! Encima del escritorio, hoy cubículo… que
palabra tan fea, siempre había un tarrito con muchos lápices amarillos afilados,
el sacapuntas al lado, porque escribíamos a mano La llegada del primer computador fue todo un
acontecimiento institucional. Tocó empezar a lo Coquito la alfabetización
digital la cual confieso, con humildad y sin pena, no ha culminará. Las
presentaciones se hacían en pliegos de papel periódico, con marcadores, los
cuales se enrollaban, se cargaban bajo el brazo, para luego desplegarlas,
sujetadas con ganchos metálicos, en un trípode de madera inestable, sometidos a
la ocurrencia de la descolgada de los pliegos de los ganchos o la caída
estrepitosa del trípode. Todo un desastre. Escasos y caros eran los
retroproyectores de acetatos. No existían los videos, sólo filminas. Muy reciente fue la llegada del power point y
el prezi para descrestar en las presentaciones que caben en una pequeña memoria
USB. ¡Una maravilla! Todo esto que fue
realidad para mi generación hoy es arcaico y risible para los milenios y la
generación Z. La ventaja que tenemos los Baby Boomers sobre las dos últimas
generaciones es que podemos vivir en lo mejor de dos mundos: el análogo y el
digital. Por ejemplo: no necesitamos de
las presentaciones virtuales para dar una conferencia o dictar una clase, y a
diferencia de los teléfonos celulares donde, a todo tiempo, se caen las
llamadas, en los viejos teléfono fijos de malaquita negra nunca, que sepamos,
se nos caían las llamadas o teníamos que volver a marcar o reiniciar una
llamada. Otro ejemplo: podemos leer
libros virtuales en pantalla sin dejar nuestra querencia por el libro físico
por el tacto, el olor al papel, a las bibliotecas.
Hoy es impensable el trabajo sin el concurso de la informática, los computadores, los imprescindibles asesores en sistemas, los celulares, las redes sociales y el internet. Se va la energía eléctrica o cae la red y de inmediato el trabajo se detiene, colapsa. Nos volvimos adicto-dependientes del hardware y el software en todos los aspectos de la vida, no solo el laboral. La tecnología siempre se impone y estériles resultan los intentos individuales de oponerse al cambio.
Hoy es impensable el trabajo sin el concurso de la informática, los computadores, los imprescindibles asesores en sistemas, los celulares, las redes sociales y el internet. Se va la energía eléctrica o cae la red y de inmediato el trabajo se detiene, colapsa. Nos volvimos adicto-dependientes del hardware y el software en todos los aspectos de la vida, no solo el laboral. La tecnología siempre se impone y estériles resultan los intentos individuales de oponerse al cambio.
Los Baby Boomers ya casi no
recordamos como, con las uñas y pocas herramientas, hacíamos el trabajo que
había que hacer. La tecnología y el desarrollo de las comunicaciones nos ha
facilitado la vida diaria; también ha creado nuevos problemas pero no sustituye
en el campo social el trabajo directo con las comunidades, el cara a cara, la
“tirada de infantería”, la presencia en el terreno, el compartir el tinto,
gaseosa, el pan y el tamal con la población de los barrios y veredas. La
realidad virtual no remplaza la realidad
real y menos en el trabajo social con la gente.
Antes que excluyentes deberían complementarse más La paradoja de las llamadas tecnologías de la
información y comunicación TICS, es que acercan a los lejanos y distancian a
los cercanos. Lo mejor de ser un Baby Boomers, obvio hay excepciones, es que
podemos conectarnos y desconectarnos sin entrar en situación de pánico ansioso.
Podemos estar departiendo en una tertulia con los celulares apagados lo que es
imposible para los milenios y la Generación Z.
Es la diferencia entre tener amigos de verdad y no solo contactos
mediáticos. Y a medida que envejecemos los amigos, los de siempre, pasan a ser
muy pero muy importantes. ¿Acaso seremos la generación de Baby Boomers los últimos militantes idealistas que dedican
su vida laboral y profesional a una sola institución? Lo que si es cierto es que el calor de una
pantalla digital no se equiparará, nunca, al calor de un ser humano de carne y
hueso.
No voy a negar que algunos
motivos de mi larga permanencia obedecen a la certeza y tranquilidad que da un
trabajo estable y a término indefinido,( en una sociedad donde este tipo de
modalidad laboral no es un derecho sino
un escaso privilegio de una minoría), a las rutinas preestablecidas y al
confort monótono pero seguro que nos ofrece la cotidianidad. Todo lo anterior
es cierto, como también lo es, en mi caso, que tanto el cargo de profesional
tallerista como el de director ejecutivo me dieron la oportunidad de ejercer a
plenitud mi amada profesión de sociólogo. Profesión elegida que le causó mucho llanto
y decepción a mi padre, el cual su muerte prematura no me dio la oportunidad de
demostrarle lo equivocado de su juicio y la sin razón de su tristeza.
Las grandes transformaciones
colectivas de una sociedad no la hacen, como todavía ilusamente creen, oenegeros
y ONG mesiánicas. No. Los verdaderos y durables cambios de una sociedad ocurren
por la educación, la formación, la
movilización y la actividad política de
la ciudadanía. Lo que sí está al alcance personal e institucional, de onegeros
y ONG, es proporcionar, a nivel micro, cambios positivos de actitud y de
comportamiento que mejoren la calidad de vida y el ejercicio pleno de los
derechos de determinadas personas, familias y comunidades; Las ONG no están
para disputar el poder político del Estado y los partidos, ni tampoco para
competir con el sector privado en la generación de utilidades, ni mucho menos
para enriquecer o dar prestigio y estatus a sus directivos. Las verdaderas ONG
se crean para fomentar valores como la
solidaridad, la cooperación, la justicia y la equidad; tal como hemos podido
comprobar en el cumplimiento misional de la Fundación Bien Humano durante sus
82 años de vida institucional. Para reafirmar lo dicho retomó esta vivencia
personal que relaté en el discurso de la celebración de los 70 años de la
Fundación y que guardo para siempre en mi memoria:
“Al
tercer año de mi vinculación a la fundación, cuando era profesionales tallerista, empezaron las
dudas, las vacilaciones acerca del sentido y la utilidad de mi trabajo
educativo, promocional y preventivo con los padres y madres de familia. Todos los viernes, durante 4 meses debía
dictar un curso, de tres a cinco de la tarde, en un precario salón comunal, en
el sector de la Avanzada, en la comuna nororiental de Medellín, Allí donde el
viento aún se devuelve, 20 minutos a pie por unas empinadas y peligrosas
escaleras, desde el barrio Santo Domingo Savio y luego de una hora y cuarto de
recorrido en bus desde el viejo Guayaquil. Ni en la imaginación más visionaria
estaba la idea de que algún día la distancia sería acortada en tiempo por el
servicio de un metrocable. Los viernes
en la tarde, precisamente, se agudizaba la crisis y el deseo de renunciar. Al final del cuarto mes, al terminar una
sesión del curso se me acercó un niño, de aproximadamente 10 años, el cual
había esperado a que yo estuviera solo, a darme las gracias. Le pregunté gracias porque o de que y el me respondió: Profe, es que desde que mi mamá
asiste a sus clases ya me quiere más,
porque ya no me grita ni me pega y yo vi que ella cambio mucho gracias a sus
clases…” Sobra decirles que mis dudas se esfumaron en el acto; que allí
con el testimonio libre y espontáneo de ese niño comprendí que mi trabajo en la
fundación tenía sentido, que valía la pena el esfuerzo del viaje en bus, de la
subida y bajada a pie por esas tortuosas escaleras (y en esa afortunada ocasión la felicidad fue mayor por cuanto el
niño me acompaño a tomar el bus de regreso por las desalineadas escaleras). Lo
maravilloso fue que había logrado cambiar la relación agresiva de una madre con
su hijo, Había hecho posible la felicidad y el bienestar de un niño”. Y hoy les confieso, después de tantos años,
que en los inevitables y recurrentes momentos de soledad y desesperanza como
director, traía a mi mente la sonrisa, la cara alegre de ese niño para
animarme, para continuar la tarea, para recargar energías y no desfallecer en
el desempeño del cargo.
Comprobé que el cambio humano
si era posible si partía del conocimiento de la realidad, de los principios esenciales, de un adecuado proceso
en el tiempo, de una convicción ética. Pude evidenciarlo también con la
realización del proyecto de alfabetización de adultos: Leer y Escribir la
Realidad para Ser Libres, mi ferviente apostolado, donde el propósito no era
sólo restituir el derecho negado a la educación sino, además, reparar la
injusticia de la exclusión personal, familiar y social al restablecer el valor
de la dignidad humana al iletrado. Alfabetizar a un adulto es hacer efectiva la
ciudadanía y ese logró lo alcanzaron 2.300
personas mientras estuve como director. Transcribo algunos de sus testimonios
“Ya
aprendí a leer y a escribir, ya no me dejo tumbar de la señora de la señora
cuando me apunta lo fiáo y me hace la
cuenta”-
“Ya
puedo pasar más tiempo con mis nietos, porque ya me los dejan, porque ya les
puedo ayudar con las tareas, porque estamos en el mismo grado”.
“Ya
sé que dice un papel que tengo que firmar, es más ya sé firmar y eso me daba
mucha pena”.
“Ya
puedo moverme en el centro y salir porqué sé que dicen los buses”.
“ya
no peleo tanto, ni grito tanto a mis hijos porque aprendí a hablar con ellos y
a solucionar las cosas por las buenas”.
“Ahora
ya voy a participar de las elecciones de la junta de acción comunal del barrio
y hasta de pronto, vaya a la escuela a votar por el alcalde”
“Desde que aprendí a leer y a escribir me matriculo en todos los
programas que llegan al barrio: cursos de cocina, croché, decoración de fiestas
y piñatas” –
“Ya aprendí a leer y a escribir, por fin puedo leer la Biblia sin tener
que rogar a nadie para que me ayude”.
“Ya
puedo hacer los derechos de petición para que me den la ayuda de desplazados,
ahora ya si me llegará a tiempo”.
Ante la evidencia conmovedora de
estos testimonios están de más los
costosos estudios de impacto que la academia y los calificados expertos imponen a los proyectos de intervención social como prueba del
cambio. Al dar la oportunidad de
alfabetizarse a un padre o a una madre no solo se elevan su nivel
educativo, mejoran con ello la posibilidad de tener mayores ingresos, es otra
la imagen y valoración de su desempeño ante los hijos; como es otra la valoración de la importancia
de la escolarización de los hijos en vez
de vender confites en las esquinas.
La tarea de restituir el
derecho a la educación a la población adulta mayor de 15 años en el país es aún
inconclusa. En Medellín, la ciudad más
innovadora del mundo, hay todavía cerca de 90.000 iletrados, en el resto del
departamento de Antioquia son 250.000 y en Colombia alrededor de 3.000.000. Una
total vergüenza para el Estado y la sociedad colombiana. En Colombia no es solo la infancia quien
sufre desnutrición, abandono y maltrato por parte de las familias y la
sociedad; también padecen de estos males miles de adultos mayores. Así como existe la brecha generacional, la
hay, además, entre la realidad y el Estado Social de Derecho promulgado en la
constitución política para todos los grupos poblacionales.
Y así podría relatar
testimonios de cambios positivos en proyectos como el de Familia Siglo XXI,
hacia la construcción de una vida diferente; desactivación de la agresividad
intrafamiliar, somos familia, Con-sentimiento: prevención de embarazo en
adolescentes; convivencia y democracia en la escuela, laboratorio pedagógico de
familias y, mi otro apostolado, la
creación del fondo de empleados de las ONG
FEDONG, que ha permitido extender los beneficios del ahorro y crédito a
los empleados y sus familias, dejando de ser, las entidades afiliadas al fondo,
“farol de la calle y oscuridad de la
casa”. Paradoja de las organizaciones sociales que dedican todos sus
esfuerzos y atención al servicio de las comunidades y descuidan, poco les
importa la calidad de vida de sus empleados y sus familias-
La posibilidad de incidir en
el cambio, de acompañar, de empoderar, de aportar al cambio en las condiciones
de vida de la gente es la razón de ser de las organizaciones del sector
social. Y cuando uno ha elegido una
profesión social y humanística lo que uno busca, amén de conseguir un medió de
vida legal y digno, un salario en dinero, es también percibir un salario emocional, es tener la
oportunidad de ver, de sentir que se concreta y que permanecen los efectos
positivos del cambio en las personas, familias y comunidades. Me llevo la
satisfacción, el sano orgullo de haber hecho posible una mejor vida para la
gente en el cumplimiento de la misión institucional de la fundación. Guardo en
mi memoria el ejemplo de vida de muchos colegas, directores y directoras de
ONG, quienes trabajaron con vocación, mística, entusiasmo y profesionalismo al
frente de sus instituciones.
En el balance personal de
pérdidas y ganancias de mi paso de 29 años en esta fundación pesan más los
buenos recuerdos, los momentos de logro al vencer obstáculos y
dificultades. Me llevo, además, la
amistad y el reconocimiento de personas como ustedes, que en este largo camino
han compartido ideales, esfuerzos, logros, causas pérdidas, enojos de
impotencia y frustraciones de resultados no conseguidos. Muchas veces quise tirar la toalla ante el nudo de los problemas
pero siempre venía un soplo animante para superar los escollos y persistir. En
este balance final las ganancias fueron superiores a las pérdidas. Buenos, muy buenos recuerdos almaceno en mi
memoria, los cuales espero que en el
avance de mi vejez el mal del alzhéimer o la demencia senil no llegue a
quitármelos.
Permanencia y cambio son factores claves en la sostenibilidad de
una organización. Permanencia de los ideales, de los principios, de la buenas
prácticas, de las lecciones aprendidas, de la coherencia programática, de la
reputación institucional; cambio para enderezar el rumbo, para conocer otras
miradas, otras experiencias, para emular a los que saben, para no perder vigencia. El cambio por el cambio no es sostenible, la
permanencia por la permanencia es la muerte.
Es mal indicio cuando un director se vuelve defensor de su obra, cuando
no quiere ya salir de su zona de confort, cuando elude nuevos retos. Se
perjudica él y perjudica la
organización. Y para no llegar a esta situación tan perniciosa es menester el
cambio, el retiro a tiempo.
Me voy con la certeza de
percibir en la conciencia colectiva de la sociedad colombiana la importancia de
reconocer y generar acciones para el fortalecimiento de las familias como actor
social, como sujeto colectivo de derechos y principal agente de formación del
ser humano. Conciencia colectiva que percibía como débil o inexistente hace 29
años. He sido testigo de los cambios en
la ley y en la cultura, de las transformaciones en las tipologías, estructura y
funciones de las familias, baste citar el reconocimiento jurídico del
matrimonio igualitario y la adopción por parejas del mismo sexo. Por fin, de los fines, ya se comprende que no
es posible atender y trabajar solo con niñas, niños, y adolescentes sin el concurso y compromiso
de las familias; que el mandato constitucional de la corresponsabilidad entre
el Estado, la familia y la sociedad es imprescindible para el bienestar y el
desarrollo de todos los grupos y minorías poblacionales. Y si la familia es
imprescindible lo es también el trabajo presente y futuro de la Fundación Bien
Humano. Los jóvenes milenios y los
adolescentes de la generación Z sí que la requieren…
Me voy con la convicción de
que cumplí e hice cumplir, con celo amante, los principios orientadores de la misión
institucional de la fundación:
- El respeto a la dignidad humana
- El respeto por la diversidad sociocultural de las familias y comunidades
- La valoración del saber y la experiencia de los participantes
- La opción preferencial por la población más vulnerable
- La coherencia, ética y transparencia en la gestión organizacional
- La autonomía programática y conceptual
- La búsqueda del trabajo interinstitucional y en alianza
- La calidad de vida y el desarrollo humano de sus empleados y familias.
Las despedidas formales son la
oportunidad de practicar la virtud del agradecimiento. Con el riesgo de omitir
personas quiero manifestar,
reconocer la confianza y el apoyo
de aquellos que creyeron en mí, en mis
capacidades, que me dieron su mano: A Inés Elvira Gautier Restrepo, quien como
jefe abrió la puerta para mi ingreso en la fundación. Al doctor Juan Guillermo
Jaramillo, presidente de la junta directiva, por su genuino interés en el
bienestar de las familias; a Fernando Restrepo, Marco Antonio Arango y Ricardo
Gómez, compañeros de pupitre del colegio y de
junta directiva, quienes, como
yo, hacen profesión de nuestro espíritu ignaciano; a Andrea Londoño Y Eulalia
Córdoba por impulsar la introducción de las ticks y el mercadeo en la institución; a Blanca Inés Jiménez, Olga Lucía López, María
Eugenia Agudelo y Alfredo de los Ríos por compartir sus conocimientos en el
comité de familia; a Oscar Navarro por su generosidad sin límites, a Margarita
López, mi leal y eficiente secretaria durante 20 años; a Horacio Alzate por su
contribución a los procesos de formalización internos, a Luz Amparo Gallón por
su eficiente asesoría contable y A Beatriz Restrepo, Beatriz White y Margarita
Fernandez por la escucha atenta y la conversación fluida en temas sociales y
gremiales del tercer sector. A Ligia Galvis,
por compartir su saber y experiencia en temas de familia. A los socios y
socias que nos acompañaron y ya partieron al descanso eterno: Hernán Henao
Delgado, quien siempre nos ilumino con sus profundo conocimiento de la familia;
María Inés Restrepo Santamaría, nuestra directora del periódico Generación
quien siempre nos enseñaba tips de redacción y ortografía y Beatriz María Molina Vélez, pionera de la
terapia familiar en Colombia y miembro permanente del comité de familia de la
Fundación, y, por supuesto, muy
especialmente, a todo el equipo de trabajo de la Fundación: Rubén Darío Cano,
Sandra Durán, Juan Eugenio Cardona, Samuel Tobón, Hadassa Echeverri, Alba Lucía
Toro, Catalina Velilla, Juan Osorio, Gabriel Fernando Zapata y Rosa Ángela
Úsuga por estar siempre ahí, conmigo, dando lo mejor de sí, y por su comprobado
sentido de pertenencia y compañerismo que hicieron más fácil y amable mi larga
estancia en la dirección.
Agradezco en el alma su presencia en este acto y espero que mi
retiro de la fundación no sea el motivo para no seguir contando con la amistad y la compañía
de todos ustedes en mí vejez.
Luis Julián Salas Rodas
Medellín, 14 de marzo de 2016
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